U n buen día de la década de los 90, estando en Madrid, me llamó el periodista Manuel Campo Vidal. El escritor Vázquez Montalbán había escrito un libro sobre Jesús de Galíndez y quería que mantuviera un careo en televisión con él. Vázquez Montalbán mantenía que el delegado vasco en Nueva York había sido un espía y quería que yo le contradijera. No mucho, pues era en parte verdad. En el modo en que lo fue toda aquella generación al servicio de los aliados. Yo deseaba marcar el perfil intelectual, de escritor y de demócrata de Galíndez frente a un dictador, Rafael Leónidas Trujillo, que terminó secuestrándolo en Nueva York y asesinándole en República Dominicana en 1956. Ha hecho 60 años. Allí fui, mantuvimos el careo y al día siguiente recibí una extraña llamada de un señor que había visto el programa y me decía que me llamaba desde Alicante y deseaba hablar conmigo porque tenía “cara de buena persona”. “No me conoce, caballero”, le dije. “Sé de estudiar comportamientos y semblantes y por eso quiero hablar con usted”, me contestó. Me intrigó. En Madrid no se reciben llamadas de este tipo.
Me dijo que él había sido el responsable de los servicios de información ingleses, MI6, durante la II Guerra Mundial desde su consulado en Bilbao, abarcando todo el Norte y Pirineos, y que deseaba contar el trabajo que habían hecho él y un grupo de vascos sin el menor reconocimiento por parte de las autoridades británicas. Y me puso el ejemplo de Flavio Ajuriaguerra, hermano de Juan, líder del PNV condenado a muerte, que se presentó un buen día en el consulado y se ofreció a trabajar por la causa aliada. De allí nació una gran amistad y sobre todo una red de nacionalistas vascos que habían luchado en la Guerra Civil española y empezaban a salir de las cárceles y que estaban dispuestos a hacer el trabajo de “observadores”. Me contó asimismo que Flavio, tras realizar un magnífico trabajo, sabiéndose enfermo terminal, fue consultado por las autoridades británicas por si estaba dispuesto a recibir la Orden del Imperio Británico, protocolo necesario antes de recibir una condecoración. Flavio contestó afirmativamente, pero con una condición: “Deseo que cuando fallezca se ponga en la esquela Flavio Ajuriaguerra, Orden del Imperio británico”. Mi interlocutor cursó la petición, pero se encontró una respuesta que no esperaba. Los ingleses no deseaban tener ningún incidente con la dictadura franquista y negaron a Flavio su petición, por lo que este se negó a recibir dicha condecoración. Flavio quiso hacer un acto de propaganda que los ingleses no aceptaron.
Eso marcó a su amigo Pat. Y por eso me llamaba. Se encontraba en la década de los 70 y quería hacer lo que no hacen los espías: ”Contar sus secretos”.
De todo eso y de cómo habían organizado durante casi una década un servicio ejemplar, eficaz y que rindió muchos servicios a “Su Graciosa Majestad” y a la causa aliada durante la guerra quería hablarme Pat Dyer, que así se llamaba el espía inglés.
La historia era apasionante y consulté la misma con Xabier Arzalluz y Luis María Retolaza, quienes conocían a Pat. Les pareció magnífica la idea de escuchar las historias de Dyer. Llamé a Koldo San Sebastián, apasionado y erudito en estos temas, y nos presentamos en casa de Pat Dyer en Mungia. Tenía otra villa en Murguia ya que estaba casado con Lolita Eguidazu, hermana de quien fuera presidente del Athletic Club de Bilbao.
Allí fuimos a la hora del té, en tres sesiones, ante un flemático, socarrón e ingenioso inglés nacido en Bilbao, ya que su abuelo Sidney había llegado en 1884 acompañado de su jovencísima esposa, una Doxford de Sunderland. Con ellos venía un niño de un año. Desde su llegada, Sidney Dyer se dedicó al comercio del mineral del hierro. Lo compraba directamente a los propietarios mineros y lo vendía a las fundiciones del sur de Gales. Fue cónsul honorario de Gran Bretaña y, cuando volvió en 1916 a Cardiff, dejó a su primogénito William a cargo de los negocios de la familia, que mantuvieron hasta 1936. Al comenzar la Guerra Civil, el bloqueo del Puerto de Bilbao puso fin al comercio del mineral de hierro con el Reino Unido. Sidney Dyer falleció en noviembre de ese año.
Su hijo Williams tenía una excelente reputación en Bilbao. Había sido uno de los fundadores y jugadores del Athletic, formando parte del equipo que había ganado la Copa en dos ocasiones. Fue, además, un buen tenista y en los veranos jugaba al criquet con la comunidad británica. Fue asimismo una autoridad en relación con los toros, habiendo sido uno de los fundadores del Club Cocherito.
En 1916 nacía en Las Arenas, Arthur Patrick Dyer, hijo de Williams y nieto de Sidney. Con solo nueve años, Pat fue enviado a Saint Edmund’s College, en el norte de Londres, donde permaneció durante diez años. Destacó en los deportes, siendo durante varios años el capitán del equipo de rugby. Como se ve una familia inglesa de manual, en un ambiente bilbaino, asimismo de manual.
Cuando Inglaterra declaró la guerra a Alemania tras la invasión de Polonia en 1939, Pat Dyer se presentó voluntario para servir en el Ejército británico. Sin embargo, fue destinado al Minister of Economic Warfare (Ministerio de la Guerra Económica) y casi inmediatamente destinado al consulado británico en Bilbao.
Conocía la ciudad, el idioma, la sociedad y había nacido en Las Arenas. El espía perfecto. Al poco, se hizo con las riendas de una información sensible que abarcaba todo el movimiento de barcos del puerto, el trasiego de personas en los hoteles y los movimientos del consulado italiano y alemán en Bilbao y las relaciones con el espionaje norteamericano que pululaba asimismo por la villa, sin dejar de vigilar una tienda de máquinas de escribir en la calle Ledesma, tapadera del agente nazi que había sido traductor de la Legión Cóndor. Y como en esa tienda había un vasco nacionalista, lo captaron.
Hay que recordar que teóricamente España era país neutral, pero que los ingleses tenían la mosca detrás de la oreja temiendo que en cualquier momento entrara en guerra con los nazis y fascistas, ocuparan Gibraltar y el norte de África. De hecho, aquellos dos fachas vascos, Areilza y Castiella, ya habían preparado sus “reivindicaciones de España”.
Pat nos contó historias como para hacer diez películas, admirando siempre la discreción, la entrega y la profesionalidad de gentes vocacionales como los antiguos gudaris, con los que tejió una red magnífica y que, a pesar de que habían perdido una guerra, confiaban en que el fin de la Guerra Mundial diese la libertad a Euzkadi y en que la República volviera a España. La traición aliada y el reconocimiento a Franco les creó una desazón muy intensa.
Fruto de aquellas conversaciones ha sido nuestro librito Nuestro hombre en Bilbao, que presentamos el mes de junio en Bilbao y hace dos semanas en Donostia.
Con el texto en su día fui donde el embajador inglés en Madrid, Simón Manley. Me atendió muy bien, me dio un café con leche con pastas... y no me hizo el menor caso. Lo mismo ha ocurrido con nuestro amigo Derek Doyle en el consulado británico de Bilbao, donde Pat trabajó. La fría indiferencia que Pat Dyer denunciaba sobre los suyos. Una lástima.
Wolframio, pasaportes falsos, información sobre convoyes, datos que trajeron los niños de la guerra de Rusia, cuadros en el Depósito Franco del Museo de Rotterdam, motores Messerschmitt en Dos Caminos, una madame del PNV en la calle San Francisco de patrona de Eusebito Zubillaga, Juan Ajuriaguerra dando las órdenes desde la cárcel de Burgos, un agujero en la pared de Casa Marceliano en Iruña, donde oficiales de la SS se daban sus buenas comilonas, Manolo el del Puerto controlando a todos los prácticos, el torpón agente gringo, el portero del Banco Vizcaya al que los nazis saludaban creyéndole un general por su largo abrigo, el director de La Gaceta que casi acaba con su nariz aplastada por el cónsul inglés, la red hasta París, los aviadores que dormían en Las Arenas...
No es muy común que un espía cuente sus secretos. Pat Dyer lo hizo, me imagino que con permiso del MI6. Es una de las mil historias que ocurrieron aquellos años y que ha estado sepultada por el silencio del tiempo y de unos intereses que ojalá ahora, dándola a conocer, contribuyamos a romper.
Parlamentario de EAJ/PNV (1985-2015)