El Seat 600 fue un tótem de la sociedad española entre 1957 y 1973. Un quiero y no puedo, una copia del original Fiat 600, diseñado por el ingeniero italiano Dante Giocosa, que llenó las calles españolas. Se vendía al módico precio de 65.000 pesetas, unos 390 euros actuales. Finalizó su producción el 3 de agosto de 1973, y los empleados de la planta de Barcelona lo despidieron con una pancarta bastante hortera que decía: “Naciste príncipe y mueres rey”. En total se construyeron 799.419 unidades, de las que seguían en vigor unas 10.000. Todavía se ve por ahí algún seiscientos superviviente, aunque vaya con la lengua fuera. Todo este circunloquio me sirve de introducción a otra despedida ilustre. El consejo de Gobierno del BCE decidió ayer dejar de producir definitivamente, a final de 2018, los billetes de 500 euros. El organismo europeo que preside Mario Draghi ha dado este paso al reconocer que el elevado valor de estos billetes favorecía la comisión de “actividades ilícitas”, según señaló en un comunicado oficial. La decisión supone que se dejarán de imprimir este tipo de superbilletes, pero los ya existentes mantendrán su valor de manera indefinida. Su desaparición será lenta, pero irremisible. Por tanto, si antes era muy difícil para cualquier ciudadano europeo poseer alguno de ellos (según las estadísticas un 56% no los había visto nunca), a partir de ahora despídanse y confórmense con una simple foto o ilustración de los mismos. Para acabar con los billetes morados ha sido preciso que aprobara la medida una mayoría en el Consejo de Gobierno del BCE, formado por seis miembros del Consejo Ejecutivo y los 19 gobernadores de los bancos centrales de los países del euro. Curiosamente el Bundesbank se ha opuesto numantinamente a su desaparición. ¿Por qué será? Mi interlocutor me pregunta qué tiene que ver el seiscientos con un billete de 500. La respuesta es obvia, los dos estuvieron muy vinculados a la sociedad española, aunque los de 500 solo a una parte mínima de ella. Precisamente a los de Panamá.
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