1. Balance. Apenas hemos traspasado el primer umbral de la pacificación, se ha abierto el tiempo de los balances. El latigazo del sufrimiento ha alcanzado a muchas personas, generalmente identificadas con los colectivos políticos, ciudadanos o profesionales a los que pertenecían, razón por la que muchas de ellas fueron perseguidas y victimizadas. Ahora, la disputa entre los diferentes puntos de vista sobre lo que ha pasado se hace inevitable. Todo esto es muy normal e irreprochable, excepto la posición de los ventajistas que exigen que los demás renuncien a un marco narrativo que les demande responsabilidades a la vez que ponen en marcha todos sus medios para imponer su propio relato autojustificatorio.
En medio de la dialéctica desatada en torno a la narración de los hechos y el establecimiento de culpas, algunos discursos acuden a los argumentos de apariencia más militante. Y lo hacen sin advertir si estos últimos refuerzan o debilitan realmente la coherencia interna que se buscaría en aquellos. Un ejemplo. Decir que ETA ha gozado de la aceptación de la sociedad vasca es, aparte de irreal, un disparate si lo que se pretende con esa afirmación es deslegitimar el terrorismo. En efecto, si esta tesis sirve para algo no es sino para apoyar la gran coartada exculpatoria que invoca ETA; es decir, que sus actividades han estado identificadas con la causa histórica del pueblo vasco. La conclusión es ridícula.
Fuentes de signo opuesto coinciden en acusar a la sociedad vasca de haber tenido actitudes inmorales o complicidades ante la violencia. Donde algunos (Manuel Montero?) ven “colaboración pasiva con el terrorismo”, otros (Gara) denuncian una “parcialidad moral generalizada”. Pero, hay que andar con mucho cuidado con estas afirmaciones, ya que de tan importante asignación de responsabilidades al entorno social podría derivarse una exculpación proporcional de la actuación de los agentes violentos. A esta peligrosa consecuencia se podría añadir otra tampoco deseable, la disolución en un contexto general de la mala conciencia de los que sí han sido explícitamente cómplices o indiferentes ante la violencia.
Desestimando ese constante posicionamiento socioelectoral de los vascos, la imagen que de nuestra sociedad se quiere transmitir es la de unos pocos resistentes y otros muchos paralizados por la inacción. Eso no es así. Por de pronto, Gesto por la Paz contabilizó hasta 40.000 perseguidos, que precisamente lo eran por su activismo contra el terror y la intimidación. Y esta no es una representación pequeña de la sociedad vasca. No nos podemos quedar, sin embargo, en una contabilidad realizada a partir de casos registrados que lo son seguramente porque han transcendido a través de medios públicos y porque se han expresado con un discurso visible, al que podríamos llamar político.
3. Infrapolítica. Es cierto que la presión coercitiva de la izquierda abertzale no se ha vivido con la misma intensidad en todos los rincones del país. Ha sido muy vigorosa en algunos lugares de la periferia de Donostia, impregnando toda la corteza social con una gran eficacia. La socialización del sufrimiento pretendía activar un clima social de miedo que al MLNV le asegurara una hegemonía indiscutible. Presión que aún no se ha descomprimido, que todavía hoy sigue vigente, al conservarse indemne la estructura y evocarse la reputación amenazante del poder hegemónico. Y aquí es difícil encontrar discursos abiertamente críticos si no es en ese espacio de la política local que ha sido tan duramente castigado. Pero, las resistencias ante esa presión han adquirido también otras formas y se han desarrollado en ámbitos que no se ciñen estrictamente a lo que entendemos hoy por política. Han sido reacciones que en ocasiones han tenido transcendencia pública o social, y que la mayoría de las veces se han limitado a una dimensión privada o doméstica.
El antropólogo James Scott, al preguntarse cómo resisten los dominados ante una estructura restrictiva de la libertad, habla de infrapolítica. Esta, dice Scott, es “una resistencia que evita cualquier declaración explícita de sus intenciones”. El concepto es útil para describir lo que ha sucedido aquí. Entre nosotros, esta infrapolítica ha burlado numerosas veces los mecanismos de control social borroka y se ha mostrado activa en infinidad de comportamientos propios de la vida cotidiana.
Ha habido resistencias que han afectado al ambiente más personal o doméstico, cuando mucha gente ha buscado salvaguardar a los componentes de la familia de la caída en los circuitos reproductores de la violencia. Se pueden destacar muchas reacciones individuales que han roto relaciones (personales, sociales o comerciales) con gente involucrada en el mantenimiento del clima de violencia. O conductas de otros que han prestado formas discretas de solidaridad y consuelo para con víctimas cercanas. Para la mayoría, ante el controlado entorno en el que se movían, lo esencial era escaparse de la exteriorización pública u organizada de sus posiciones críticas y así evitar represalias. Todas ellas son microexpresiones de resistencia, invisibles para los que buscan grandes acontecimientos o rebeliones de masas, aunque muy eficaces al actuar en los espacios en los que se vive más intensamente el día a día.
4. Lucha real y cotidiana. Convendría analizar y sopesar todos estos aspectos políticos y sociales antes de concluir alegremente que la sociedad vasca ha colaborado, activa o pasivamente, con el terrorismo. Por concluir, los vascos hemos luchado contra el terrorismo y por los derechos humanos y contra sus justificaciones ideológicas (fueran estas la construcción del socialismo o la razón de estado), con las armas que hemos tenido a disposición. Muchos lo hemos hecho con discursos articulados, bajo la bandera de un posicionamiento ético y/o un proyecto democrático transformadores, y otros muchos lo han hecho, como diría Vaclav Havel en El poder de los sin poder, en el más sencillo marco de una “lucha real y cotidiana por una vida mejor aquí y ahora”.