L a crisis que se inició mediada la década pasada marcará a toda una generación por las consecuencias que está teniendo en diferentes ámbitos de nuestras vidas. Sus causas, la manera de abordarla, todo ha sido difícil en el transcurso de estos desalentadores años. La corrección de los desequilibrios (principalmente, entre otros: déficit, endeudamiento y competitividad) ha dejado claro que los economistas sabemos lo que sabemos, pero hay muchas cosas que no sabemos, sin duda más de las que sabemos.
Lo cierto es que, en cualquier caso, el debate académico ha sido mucho más rico en matices que la manera en la que ha sido presentado a la ciudadanía, a la que básicamente se le ha explicado la cuestión como una elección entre los extremos del binomio austeridad-gasto. O, por decirlo de otra manera, la mejora de las perspectivas a medio-corto plazo, respectivamente. Al final, la virtud ha estado en la búsqueda de una solución intermedia y por supuesto imperfecta, un difícil equilibrio que nos ha llevado a dilatar en el tiempo los programas de consolidación fiscal y realizar una serie de reformas estructurales que, entiéndase bien, no nos han eximido de las dificultades, pero nos han permitido recobrar la senda del crecimiento.
Y es que el aumento de la producción o renta no deja de ser una condición necesaria para dejar atrás la crisis, pero la salida definitiva se producirá cuando recuperemos el pulso del mercado laboral. Si miramos los últimos datos de la EPA, la tasa de paro en el conjunto del Estado es del 23,7% y del 16,6% en Euskadi, quedando como la segunda comunidad con menor registro tras Navarra. También es cierto que el número de ocupados se incrementa en ambos ámbitos geográficos, aunque el ritmo de crecimiento en nuestro entorno es sensiblemente más bajo que en el Estado. Y si miramos a Europa, la tasa de paro ronda el 10% y los ocupados aumentan a tasas próximas al 1%.
Pero lo relevante es tomar conciencia de las consecuencias que este hecho tiene desde diferentes puntos de vista. El análisis desde la perspectiva puramente económica resaltaría el despilfarro de recursos que supone el no utilizar el 10% de la población activa en el proceso productivo, pero no es, a nuestro juicio, lo más relevante.
Lo fundamental es tomar conciencia de las implicaciones que ello tiene en las personas que se encuentran en dicha situación. Estar más de un año en el paro implica con gran probabilidad una pérdida de las habilidades o competencias necesarias para poder desarrollar una profesión, lo que puede hacer que un individuo quede fuera del mercado laboral para siempre.
La conclusión es dramática: tenemos al 5% de la población activa europea en riesgo de exclusión social. Como, además, el colectivo de parados de larga duración recibe ayudas de cuantía mínima en el mejor de los casos, al riesgo de exclusión se le añade el de pobreza. En este sentido, se estima que la cuarta parte del total de la población de Europa (27 países) comparte ambos riesgos, cifra que no requiere comentario alguno.
El momento económico actual es ilusionante en nuestro ámbito geográfico porque finalmente parece que hay luz al final del túnel, pero para activar el mercado laboral necesitamos que continúe el fortalecimiento de la demanda interna que viene observándose a lo largo de los últimos trimestres, especialmente el componente inversión para lo cual es fundamental que nuestro sector financiero canalice fondos hacia la economía real. Y necesitamos ideas, innovación, además de los mecanismos de formación de nuestra fuerza laboral necesarios para poder materializarlos en productos o servicios que aporten valor añadido en un contexto global. En definitiva, la salida de la crisis requiere más que nunca sumar entre todos porque el camino no es fácil y lamentablemente no existen atajos.