La coalición de muchas fuerzas que se sitúan más a la izquierda de la socialdemocracia tradicional, incluye partidos muy variados: comunistas tradicionales, ecocomunistas, ecosocialistas, trotskistas, maoístas, eurocomunistas, etc. En las recientes elecciones legislativas, han obtenido más del 36%de los votos y 149 escaños del Parlamento griego. Es decir, se han quedado a solo dos escaños de la mayoría absoluta.

No ha sido una sorpresa, pues ya ganaron las elecciones europeas en junio de 2014 con casi un 27% de los votos y venían de quedar en segundo lugar en las dos elecciones legislativas celebradas en 2012. Ese año fue el de su despegue electoral. Sus últimos resultados, en 2009, fueron importantes para una fuerza creada solo cinco años antes, pero limitados a un 5% de los votos. Sin embargo, en las primeras elecciones de 2012, en mayo, obtuvieron un sorprendente 17%, que rozó el 27% un mes después. ¿Qué ha sucedido en esos cinco años?

Seguramente, la crisis ha jugado un papel muy importante. Pero no solo eso. Los partidos tradicionales griegos se han mostrado incapaces de gestionar la crisis, solo obtuvieron financiación para pagar sueldos a cambio de entregar el control efectivo del país, lo que incluyó drásticos recortes de todo tipo, desde el despido de cientos de miles de profesionales del sector público hasta la jibarización de la sanidad y la educación pública, por no hablar de los dramáticos ajustes en las políticas sociales. Y a pesar de todos los esfuerzos, que han desangrado a la sociedad griega, su deuda sigue siendo, en opinión de todos los expertos, inasumible e impagable, pues equivale al 175% de su Producto Interior Bruto. Solo se podría pagar si los griegos cerrasen todas las oficinas públicas y dedicasen hasta el último euro a pagar deuda. Es decir, solo podrían pagar si se suicidasen.

Hay griegos que, al ver la inflexible postura de Angela Merkel respecto a la posibilidad de hacer una quita de parte de la deuda griega, recuerdan que ellos perdonaron parte de la deuda alemana en otro tiempo. De hecho, Syriza pide que se celebre una conferencia europea sobre la deuda como la que se celebró en Londres en 1953 y que perdonó a Alemania la mitad de su gigantesca deuda tras la Segunda Guerra Mundial. El nuevo Gobierno se ha ganado la confianza de los griegos diciendo cosas como que se niegan a suicidarse para que otros recuperen lo invertido. Comenzaron a decir que no pagarían, para lograr una postura de fuerza en la inevitable negociación. Tras haber entrado en el gobierno apuntaron que habrá que reducirla mediante una quita. Algo completamente normal en el mundo empresarial y que suele rondar el 50%. Todos los acreedores del mundo prefieren cobrar la mitad antes que nada.

Hay quien señala que esto es injusto. Seguramente sí, pero se trata de una práctica habitual. La pregunta es: ¿por qué solo es un escándalo en el caso de Grecia? En los últimos años, miles de empresas europeas han obtenido quitas mediante acuerdos con los acreedores y muchas veces dentro de procesos guiados por jueces. Solo en España, muchos clubes de fútbol han visto cómo sus excesos a la hora de comprar futbolistas que no podían pagar se reducían a la mitad gracias a la ley concursal. Y era dinero para jugar a fútbol. ¿Acaso no se puede hacer en el caso de Grecia para pagar pensiones y políticas sociales? Por otro lado, el gobierno griego ha dejado bien claro que no va a realizar una suspensión de pagos ni a retirarse del euro. De modo que lo que está haciendo es algo perfectamente normal y razonable.

Syriza también ha aprobado, nada más llegar al Gobierno, el aumento del salario mínimo mensual y pretende crear 300.000 puestos de trabajo, sobre todo para los mayores de 55 años y los jóvenes menores de 25 años, ya que la mitad de ellos no trabajan. Otra medida será conceder gratuitamente a 300.000 hogares bajo el umbral de la pobreza hasta 300 kWh de electricidad. ¿Acaso es una locura destinar recursos y políticas específicas a los sectores más desfavorecidos?

En la Unión Europea, durante la campaña y sobre todo tras su contundente victoria electoral, se ha acusado a Syriza de radicalismo y populismo. El radicalismo de Syriza, que no lo parece tanto viendo su programa de gobierno, en realidad no debería sorprender, puesto que forma parte del nombre de su partido. Las medidas de Syriza quizás sean radicales, pero ¿acaso no es muy radical primar el derecho a la acumulación de riqueza de forma ilimitada y con el coste de que millones de personas pasen privaciones y hambre? Hoy en día se pasa hambre en la Unión Europea. ¿No es esto un escándalo? ¿No son radicales las políticas neoliberales que nos han conducido hasta aquí? ¿Es radical pedir que las multinacionales paguen el mismo porcentaje que los trabajadores? ¿Es radical exigir una lucha feroz contra el fraude fiscal? ¿Acaso no es radical que las grandes corporaciones paguen los impuestos de sus ventas en Grecia, Euskadi o España en Irlanda y tributen un ridículo 3%?

También muchos políticos y supuestos expertos han acusado a Syriza de ser populista. ¿No es populismo prometer en el programa electoral toda una batería de políticas sociales, que incluían la ley de la dependencia, y ante la llamada de Merkel pasar a aceptar la ortodoxia neoliberal sin matices? Es lo que hizo el PSOE. ¿Y no es populismo prometer con énfasis una importante bajada de impuestos para luego faltarte tiempo en subir los impuestos y los precios del gas, electricidad y otros bienes básicos? Es lo que ha hecho el PP. ¿No es radical regalar a las eléctricas 5.000 millones de euros al año y además permitirles subir desproporcionadamente los precios, que ya eran de los más elevados de Europa? ¿Y no es populista decir luego que no es para tanto porque el déficit tarifario (léase “el saqueo”) se ha reducido de 5.000 millones a 4.000 millones al año? Eso es exactamente lo que han hecho sistemáticamente los gobiernos socialistas y populares en las últimas décadas.

Abundan los ejemplos y la gente los conoce. Y les indigna. Por eso han votado a Syriza en Grecia. No obstante, las reacciones más desmedidas y preocupantes se vieron hace solo unos días en el foro económico mundial de Davos. El vicesecretario general del Fondo Monetario Internacional (FMI), Min Zhu, aplaudió las últimas decisiones del Banco Central Europeo, pero dejó claro que para que tuviesen efecto los políticos europeos debían tomar las medidas impopulares que quedaban pendientes. Apostó por continuar con las reformas estructurales (léase “recortes sociales”) en Europa, aunque mostró su preocupación debido a los inmediatos procesos electorales. Es decir, que en opinión de este alto cargo del FMI, la democracia es un obstáculo para la economía. Aristóteles se caería de espaldas al escucharlo, del mismo modo que todos los que consideramos que la única economía posible es la gestión de los asuntos de la comunidad política al servicio de esta, o sea, del bien común. No es la opinión del FMI.

Pero hay más. Al escuchar las palabras de Min Zhu, otro ponente, Laurence Fink, presidente del fondo estadounidense Blackrock, añadió que antes había que educar a la población europea para que vote al líder correcto. Es de agradecer su honestidad, si bien lo que dice debería ser constitutivo de delito contra la salud pública. El señor Fink cree que si los europeos votan algo que no le gusta, deberían ser reeducados. ¿Es que la reeducación no era algo que solo hacían las dictaduras? ¿Dónde queda la tan cacareada libertad? ¿Quién se cree que es el arrogante señor Fink para decir a los europeos lo que deben hacer con sus vidas?

Al parecer, la democracia es un sistema maravilloso mientras permita a las grandes fortunas prosperar a costa del bien común, sin embargo se convierte en algo que debe ser modificado cuando los ciudadanos ejercen su derecho de voto y eligen otras alternativas. Estos parecen ser los límites de nuestras democracias. Por eso ha ganado Syriza en Grecia. Porque el pueblo de Aristóteles sabe mucho más de democracia y de economía que el millonario señor Fink. Por cierto, podría añadirse que Syriza es bastante moderada si se compara con Aristóteles. A modo de ejemplo, en su Política, lectura que debería ser básica para cualquier demócrata, expone con claridad todos los peligros del dinero y ya avisaba que la posibilidad de acumular sin límites termina por crear un sistema inhumano. Parece que los buenos filósofos saben bastante más de economía que muchos economistas actuales.