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El arte en retaguardia

Esta manera de poder convertirse en objeto de arte que pudiera parecer muy de vanguardia, ya existía en el París de los sesenta, cuando se abrió la puerta a que las personas fuesen un “objeto” artístico en sí mismas al servicio instrumental del arte. Estoy pensando en Marcel Duchamp, en Andy Warholl o Piero Manzoni, de quien leo que llegó todavía más lejos que Warhol: como todo lo que hace el artista es arte, consideró a su propio cuerpo como productor de arte, y por tanto todo lo que saliera de él sería una obra, ya fuera su propia orina o su aliento. Y, por qué no, su firma colocada en el cuerpo de una persona, cosa que hizo en 1961 estampándosela en el cuerpo de Umberto Eco.

Esta moda de realizar variaciones sobre la misma idea logró la consideración de obra artística a una persona, por ejemplo solo cuando estuviese dormida. Y el llamado arte conceptual dio un paso más al ampliar la relación tradicional objeto-arte al de persona-arte, en la que el observador termina la obra. Por ejemplo, cuando realiza determinadas actuaciones por improvisadas que estas sean, lo que en el argot se llama performance y que abre la puerta a que casi todo es arte.

Casi todo, porque andando entre equilibrios sobre la filosofía del arte, nos topamos con la barrera de que no “todo es arte” porque lo es solo cuando resulte ser una creación humana: una montaña, una flor o un amanecer maravilloso no lo serían. Antes, cuando se aceptaba a un Dios personal, quedaba espacio para considerar como arte lo que produce al sentimiento subjetivo de la contemplación de la naturaleza en sus variadas manifestaciones creativas que ahora se explican como meras contingencias de la física y la química de la naturaleza. Repensando tanto el arte, creo que hemos llegado demasiado lejos en el reduccionismo que supone mantener un discurso posmoderno tan fragmentario y mercantilista. El arte de ahora se explica mucho a sí mismo pero dice muy poquito, con el agravante de que ya no son visibles aquellos movimientos llamados vanguardias en versión actual que, en palabras de Peter Bürger, orientaron su confrontación hacia el arte como institución y la dimensión política del mismo al concentrar sus innovaciones en la búsqueda de nuevas funciones y relaciones de poder. Que hasta la filosofía del arte y el mismo concepto de belleza están en crisis.

Quizá si volviésemos al concepto de bello como sinónimo de bueno -sin prejuicios- que se adscribe tanto a las cosas externas como a las realidades de la mente y el corazón, que tanto buscaron los alfaquíes de Oriente y los filósofos de Occidente, sería posible un novedoso impulso del arte. Ética y estética como una cosa, y maldad y fealdad, también. No se asuste, querido lector o lectora, que por ahí reflexionaban tipos sesudos pero tan dispares y lejanos en el tiempo como Sócrates (Diálogos) y Wittgenstein (Tractatus). Y es quizá este camino creativo por el que deberíamos transitar como una necesaria oportunidad, sin excluir a nadie, con la esperanza de que esta exploración pueda propiciar una vanguardia artística espiritual acorde al vacío de los tiempos actuales.