Y hay una incapacidad que impide ver que la crisis de la política le debe llevar por el camino contrario al cierre sobre sí misma, para abrirse a una subsidiariedad, en la que la intercomunicación y la proximidad con sectores no estatalizados sean posibles, y a partir de la que el discurso y la actividad de los actores sociales (y políticos) contribuyen a la reconstrucción permanente de la realidad social (y política).
Ante esta realidad estatal, no es extraño el crecimiento imparable del desprestigio de la política, a la que se ve como el instrumento exclusivo y absoluto -imperium- de una clase (o casta), ante el que la gente corriente se encuentra sin oportunidad de ejercer un control eficaz y claramente desprotegida.
Sin embargo, la enorme resaca que en el Estado ha seguido a la deslegitimación de la política ha hecho brotar aquí reacciones calcadas, de la mano de fuerzas que quieren transponer a Euskadi la agenda española y el antagonismo en el que allí se puede vivir. Pero, la importación de este producto made in Spain no puede más que perjudicarnos en dos importantes sentidos. Por una parte, nos contagiaríamos de la sobredeterminación absoluta que la política jerárquica ejerce en la vida social española. Y, por otra parte, perderíamos toda autonomía a la hora de restringir la influencia de esa agenda española y fijar el orden del día de la política vasca de acuerdo con los problemas que realmente nos afectan.
Qué más nos da que la Marca España sea la propia del régimen o la de los que quieren tumbarlo. Tanto la primera versión de aquella como su alternativa, nos lastran igualmente. Dos ejemplos. Uno, el traslado a la calle del debate sobre la transformación de Kutxabank, en clave de deslegitimación del proyecto. Lo que se hace sin contrastar la solvente situación de las cajas vascas con el proceso de expolio y descapitalización que han sufrido las cajas estatales, cuando el debate debería ayudar a prestigiar el sector financiero vasco como mejor respaldo de la transformación socioeconómica que necesitamos. Otro ejemplo, la agitación política, vacía de significados que puedan interesarnos, por la llamada III República.
Apuntaría dos inconvenientes muy visibles de este debate en el que se nos insta a posicionarnos entre Guatemala y Guatepeor. Uno, tanto república como monarquía son, para los vascos del siglo XXI, “malos conocidos”. Entre la república bajo la que viven los vascos nordistas y la monarquía que toleramos los del sur, el nuestro es el mejor de los padecimientos. Se puede decir que es preferible la república suiza a la monarquía española. Pero no es creíble que los republicanos españoles tengan voluntad alguna de implantar aquí una réplica de la república helvética. Y dos, un cambio de forma de Estado nos lleva a una pugna de fuerzas a escala estatal, cuyo epicentro es Madrid. A esa correlación de fuerzas podríamos aportar mucha energía de lucha, aunque poco capital ciudadano. La historia nos muestra que, en estas luchas dinásticas, se nos exprime hasta la última gota de lo primero. En compensación, se nos suele retribuir con mucho sufrimiento y la nada. Como mucho, se podría esperar que se nos recompensara en función de nuestro escaso peso ciudadano. ¿Qué podemos ganar en esa causa, que nos viene tan lejana? “Urruneko eltzea urrez, gerturatu orduko lurrez“.
¿Para qué renunciar a la agenda vasca? Aquí nos conocemos todos. Sabemos quién es republicano y quién no lo es. Conocemos el “bietan jarrai” revolucionario, que levanta la cuestión nacional para disfrazar un proyecto social que sofoca las opciones de las personas. Pero, ahí no se ve “ruptura democrática”, ni republicana, sino más bien un evidente “giro antidemocrático”. Muchos respaldamos a un Gobierno Vasco que practica el “bietan jarrai” republicano, en la más auténtica línea del republicanismo de las viejas libertades vascas defendidas por Aguirre y su generación.
Al margen del dilema de cómo es elegido el jefe del Estado en Madrid, lo realmente republicano es comprometerse en la protección de las personas ante los excesos del poder privado -dominium- y del poder público -imperium-. No se trata de cegar la iniciativa privada ni negar el papel tutelar de lo público, sino de resaltar la función de la comunidad a la hora de articular mecanismos sociales e institucionales para mantener aquellos bajo control, de manera que no se cometan abusos contra las personas. De nuestra determinación cívica -de todos y cada uno de nosotros, individual o agrupadamente- depende el éxito del “bietan jarrai” del republicanismo, la resolución de vigilar sin descanso la conducta de esos dos poderes y no cejar nunca en la lucha contra sus manifestaciones absolutas.