Ignatius' city
cINCUENTA años después de su redacción, un repaso de algunos de los personajes que dan voz a la ciudad del Mississippi nos puede proporcionar ciertas claves de la sociedad norteamericana actual. Muchos de los rasgos de la cultura americana de 1963 que el autor parodiaba se han agudizado. Tal vez el más evidente es que buena parte de su población se parece físicamente a Ignatius. El consumo compulsivo de grasas y soda en cantidades industriales afecta ya, a primera vista, a una mayoría de americanos. EEUU padece una pandemia de obesidad y su paisaje humano está poblado por cuerpos elefantiásicos. Como si millones de seres hinchados hasta la deformación deambularan como figuras de Botero en movimiento.
La ciudad de la media luna sigue siendo un lugar acogedor y atractivo. Una de las escasas capitales norteamericanas donde las áreas residenciales siguen estando próximas al centro, a una distancia abarcable para el peatón o el tranvía. La parte antigua, el barrio francés, ha permanecido casi intacta. La explicación es que Nueva Orleans está situada en un meandro del río cuya acumulación de sedimentos ha ido elevando varios metros el terreno donde se sitúa la ciudad vieja. El resto, edificado sobre marismas, se sitúa por debajo del nivel del lago Pontchartrain, cuyas aguas deben contenerse mediante un complejo y costoso sistema de canales, diques y exclusas. La ciudad, repetidamente anegada, se extiende en forma de tazón que, como si se tratara de un gorro verde de cazador invertido, va perdiendo altura desde sus bordes. El Vieux Carré donde se desarrollan la mayoría de los episodios de la novela es un barrio de pintorescas casas bajas en forma de pistola o de dos plantas, construidas en madera o en ladrillo en un estilo colonial. Un tradicional y exótico destino de ocio del Viejo Sur que como tantas otras ciudades con encanto es hoy un espacio turistificado. La colección de personajes populares que poblaban Bourbon Street, que sigue siendo una calle repleta de locales emuladores del Noche de la Alegría, han dado paso a un enclave donde transitan sobre todo grupos de visitantes en bermudas. A pesar de que Nueva Orleans es una ciudad de color, habitada mayoritariamente por afroamericanos, un término étnico consolidado con posterioridad a la novela, los negros representados en el inolvidable personaje de Burma Jones siguen dedicados a labores manuales. Aunque la administración municipal, incluida la Policía, es de color y la segregación de entonces ya no existe, les africains son casi invisibles en el barrio francés salvo como repartidores de mercancías o marmitones encerrados en las cocinas de sus abundantes restaurantes. EEUU sigue siendo una sociedad donde las parejas mixtas, incluso de amigos o compañeros de trabajo, son poco frecuentes. Los espectáculos deportivos, los museos, los magníficos campus universitarios de Loyola y Tulane en el Uptown, donde también se encuentra el precioso Garden district y su calle Constantinopla, son áreas mayoritariamente blancas. Otros barrios de la ciudad, exclusivamente negros, son el escenario de la violenta criminalidad asociada a las drogas. Una relevante novedad social del último medio siglo de historia americana.
El puerto, origen de la ciudad, fue lugar de cita para la población amerindia y los colonos de origen francés y español que se asentaron entre los siglos XVII y XVIII y a donde fueron arribando millares de esclavos. También fue refugio para la población blanca de Haití que a finales del XVIII abandonó la isla caribeña huyendo de la revolución emancipatoria de la población negra. Los manglares que la rodean fueron dominio de piratas. El más conocido, Jean Lafitte, un héroe local que sumó sus fuerzas contra los ingleses junto al general americano Jackson en la decisiva batalla de 1812, provenía de Baiona. En uno de los estados confederados durante la Guerra de Secesión, el proceso de "reconstrucción" tuvo un impacto muy notable en una sociedad que siguió hablando francés hasta el siglo XX. Ahora, tras el huracán Katrina, urbanitas de Nueva York o Chicago se han instalado en la ciudad del Big easy de la que buena parte de la población local huyó para no regresar. Dede 1763 a 1802 fue capital de la Luisiana española. Apellidos como Núñez, Rodríguez, González, como el del administrador de Levy Pants, son tan comunes como los paneles cerámicos con los nombres castellanos de las viejas calles o las banderas de cuadros rojiblancas de castillos y leones en los edificios oficiales. La anterior emigración alemana, irlandesa o siciliana, reflejada en personajes como Santa Bataglia y su sobrino, el patrullero Mancuso; ha dado paso a la más reciente de hispanos, principalmente desde México y Centroamérica o Brasil, llegados para las obras de reconstrucción de la ciudad.
La exuberante vegetación propia de los trópicos recuerda a Río y sus palmeras a Tánger o a Palermo. La bondad del clima en invierno tiene su contrapunto en el tórrido calor y la axfisiante humedad de un verano de seis meses. La economía textil que daba empleo a personajes como la señorita Trixie ha desaparecido. La producción made in China ha desplazado el trabajo al sector servicios donde tiendas, supermercados, bares o restaurantes son ahora marco laboral de bajos salarios y subempleo. Por otro lado, los espectáculos deportivos que guiaban la agenda del señor Levy han ido ocupando un lugar central en la vida americana. La televisión, a través de cientos de canales, transmite diariamente partidos de baseball, football americano y baloncesto cuyas temporadas se combinan para cubrir todo el año. Para quien asiste al estadio, las circunstancias que rodean al espectáculo proporcionan nuevos datos sobre "la forma de vida americana". Durante las más de tres horas que habitualmente duran los encuentros, la manipulación visual y auditiva de la audiencia es constante. Desde gigantescas pantallas y con la voz de un locutor se dirige a los asistentes a manifestar ciertas reacciones: gritar; animar al equipo o abroncar al rival. En las numerosas pausas orwellianas se les invita a consumir seguros, automóviles o hamburguesas. Un constante tráfico de comida rápida desde los puestos de venta hacia las butacas acondicionadas para el consumo se prolonga ininterrumpidamente. Las horas previas al partido se amenizan con música en directo entre txosnas y chiringuitos en los que la cerveza o las hamburguesas se consumen en grandes cantidades. Esta apoteosis comercial y de consumo, bendecida al inicio de los partidos con el canto del himno nacional por los espectadores en pie, se combina con manifestaciones religiosas. A diferencia de su declive en Europa, la religión sigue estando muy presente en la vida de EEUU El rezo antes de las comidas es habitual y en algunas partes del país, el denominado cinturón de la Biblia, el número de las iglesias superan de largo a los bares. Como a través del personaje del señor Clyde, el angustiado propietario de Salchichas El Paraíso, mediante la audiencia de los canales religiosos, como Jesucristo TV, se comercializan el arrepentimiento y el renacimiento cristiano. Dios y comercio forman una pareja inseparable.
Desde hace unos años, EEUU vive en una escalada de tensión y enfrentamiento políticos que ha culminado con el bloqueo presupuestario y la suspensión de numerosos servicios federales. El sistema de cuotas y de ayudas a las minorías ha conducido a una parte de la población negra a vivir a cuenta de los cheques de la seguridad social. Un comportamiento que está en la base del resentimiento de una buena parte de la pluriempleada clase trabajadora blanca alineada con las posiciones republicanas más radicales del Tea Party. Las chanzas ignacianas sobre el activismo de los derechos civiles, Cruzada por la Dignidad Mora, el feminismo de Myrna Minkoff o el movimiento gay, con su delirante propuesta de un ejército de sodomitas, tendrían que dirigirse hoy a ridiculizar la cruzada ideológica que protagonizan los fundamentalistas del mercado en su empeño por destruir el precario estado del bienestar americano. Probablemente, el personaje de Claude Robichaux despotricaría ahora contra el socialismo del Gobierno federal y los árabes.
Como revela la historia de la publicación de la novela, repudiada por las grandes editoriales, en un caso semejante al de Lampedusa cuyo magistral Gatopardo no pudo ver la luz sino después de su muerte, el mundo artístico americano, que también fue objeto de mofa en la novela, sigue mayoritariamente "desconectado de la realidad". La inanidad expresiva del arte expuesto en museos o galerías refleja la autocomplacencia dominante. Un decorado de color para una cultura que vive en la carretera y en relaciones fugaces y virtuales. Pero a pesar de sus contradicciones, sigue siendo un gran país cuya capacidad de trabajo y de atracción para millones de emigrantes le ha permitido seguir adelante y reconstruirse una y otra vez. Como la ciudad de Nueva Orleans, cuna literaria del gran e inolvidable Ignatius Reilly.