A pesar de mi experiencia, que no es poca pues los años no pasan en balde, no termino de entender cómo en el reino de España ha arraigado la mentira de tal manera que, a fuerza de resignación y falta de acción política por parte de la ciudadanía, ha tomado carta de naturaleza.
Nos mienten los políticos, nos mienten los banqueros, nos miente la Iglesia, nos miente el poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
No hay institución, empezando por la Casa Real, que no nos mienta descaradamente y sin ningún pudor.
Se les llena la boca a los políticos de todo signo, defendiendo como valores sacrosantos la Constitución, la democracia y el Estado de Derecho.
Pero qué democracia es esta que ha convertido a los ciudadanos en súbditos. Qué Estado de Derecho es éste que protege a los corruptos con leyes garantistas y que al final de interminables procesos, propician en muchos casos sentencias absolutorias que atentan contra el más elemental sentido común. Y por último, qué Constitución nos ampara cuando los principales derechos, como son el derecho a un trabajo digno o una vivienda digna, son ignorados o conculcados sistemáticamente.
En este momento dramático por el que está atravesando este país, la Constitución tiene el mismo valor que el Códice Calixtino, que si la robaran daría lo mismo, ya que en la práctica no sirve para nada pues se utiliza como escudo para justificarlo todo sin que cambie nada.
Es triste constatar cómo la ciudadanía admitimos la mentira permanente del Gobierno como algo irremediable, imposible de contrarrestar. Cómo contemplamos impasibles la corrupción indiscriminada en todo el entramado institucional. Para paliar el efecto devastador que esto tiene en la credibilidad de la democracia, nos dicen que no todos los políticos son iguales. Pues bien, mi experiencia me dice que sí, porque se es responsable por acción o por omisión y todo el mundo que haya militado en un partido sabe cómo funciona el llamado aparato. Algún político dijo aquello de "el que se mueve no sale en la foto".
Como conclusión diré que en estos momentos no es suficiente con indignarse. Pienso que hay que pasar a la acción pacífica y políticamente correcta, pero acción, dejando bien claro a nuestros gobernantes que el despotismo ilustrado que practica no es de recibo.
Arturo Justo Tovar