En 1936 Franco declaró una guerra a su propio pueblo. Arrasó el país, dejó decenas de miles de muertos, torturas, exilio, expropiaciones, etc. sin juicios previos. En 1939 lanzó su mensaje victorioso, dando por terminado el conflicto, tan falsamente como quedó demostrado al continuar el terror y ejecutar a 130.000 personas, cifra que aparece en muchas publicaciones sobre el franquismo. Muerto el dictador, no quedó más salida que llegar a una mal llamada transición, declarada modélica por otros países. Quienes asumieron la responsabilidad fueron sus propios herederos naturales: militares, políticos, jueces o fuerzas de seguridad que un pis-pas se autoamnistiaron por las buenas y a sus víctimas nos perdonaron la vida. ¡Qué generosidad! Sin afán de revancha aceptamos la nueva situación, que nos devolvía la libertad.
En plena dictadura apareció ETA como movimiento de liberación de Euskadi, lícito en su planteamiento y rechazable en sus métodos, infinitamente menores que los de Franco. Llegada la citada transición, consiguió la amnistía de sus presos, al igual que todas las víctimas fascistas. Fatalmente poco duró la alegría; volvieron a las andadas dejando un reguero de muerte y desolación, hasta hoy. Han terminado por escuchar a su propia sociedad, procediendo a finiquitar definitivamente su lucha.
Ahora llega la responsabilidad de todos para aportar nuestro granito de arena a una solución de paz, que solo es obra de la justicia. Quienes se autoamnistiaron en la transición muestran su intransigencia a favorecer el futuro en paz y libertad, destacando las AVT en su revancha. Si las víctimas franquistas demostramos en su día tal generosidad con nuestros verdugos, ¿no serán capaces de emular nuestro gesto, en pura coherencia con su constante afirmación de considerarse los buenos?