Simplicius denuncia
Cartas a la Dirección
LA ceguera y estupidez perversas de una sociedad, que mientras todos los días hipócrita y oficialmente reniega de la violencia y exige renegar de la misma a todo el que se pone delante, está comprometiendo gravemente su presente y poniendo en gravísimo peligro su futuro, cultivándola permanentemente y educando en la misma a sus jóvenes y a sus niños. Los medios de comunicación, sobre todo la televisión, informan profusa y gráficamente de guerras y atentados, de constantes matonerías y abusos a los más débiles, de la repugnante cobardía de los crímenes machistas, de los asesinatos masivos en escuelas o colonias de vacaciones, de los bestiales crímenes del narcotráfico, de los cada día más frecuentes casos del matar por placer, por maldad o por desvarío.
Las imágenes de personas armadas ocupan más espacio que ningunas otras en las pantallas. La casi totalidad de las películas que se dan en televisión son de temática violenta y las cadenas se disputan la audiencia, exhibiendo cada vez escenas de violencia más crudas. Todos los días y a todas horas nos están metiendo en ojos, oídos y mentes violencia, violencia y más violencia. Y todo se exhibe, se publicita. Estamos banalizando la violencia, aceptándola como parte normal e integrante de nuestra vida. Y ante este panorama, la sociedad calla. Y la Iglesia, maestra de ética, calla. Con las películas de dibujos llamadas infantiles y los videojuegos, en los que casi siempre la violencia es la protagonista, estamos educando a nuestros niños sumergidos en un caldo de violencia, preparándoles un futuro estremecedor.
Y callan los seguidores de aquel Jesús que hablando de los niños dijo, "al que escandalice a uno de esos pequeños, más le valdría que le colgasen al cuello una rueda de molino y lo sepultasen en el fondo del mar". Y enredado entre condones, celibatos y baños de multitud, el Ángel de la iglesia de Laodicea calla.
Javier Alday Careaga
Donostia