Cartas a la Dirección
PASADO un mes, con inmenso dolor e inmensa pena, escribo este hecho real. Mi hermano Julián (enfermo terminal) ingresó a la una de la madrugada por no poder respirar, y falleció a la nueve de la noche de ese mismo día en el Hospital Donostia. En aquella madrugada no se acerco ningún médico. ¿Acaso los médicos que le vieron no les pareció importante informar a la familia? A las diez de la mañana vino una cirujana, y nos informó que le iban a hacer un drenaje pulmonar, ya que tenía un pulmón y parte del otro encharcados. Hacia las cinco de la tarde empezó a despertar de la intervención, y "el infierno" comenzó para toda la familia y sobre todo para Julián, que se ahogaba conscientemente. Mientras el compañero de habitación, y familiares, estaban viendo la televisión, ¿qué hacían ahí, junto a un enfermo moribundo? ¿Por qué no se nos informó de la posible reacción fatal? ¿Dónde estaban los oncólogos que le trataban? Julián estuvo ahogándose durante dos horas, y nosotros sin saber que hacer durante todo ese tiempo, unos en el pasillo de un lado para otro, y otros en la habitación mirándole sin saber qué hacer y Julián mirándonos sufriendo. ¿A qué esperaban los médicos? Dada la gravedad de la enfermedad, lo único que deseábamos es que nuestro querido hermano Julián hubiera tenido una muerte digna y no un mal morir como tuvo.
Familia Aristegi Pérez