inmersos como estamos en agosto, en pleno período vacacional, supuestamente de descanso, sin embargo los titulares de prensa no dan tregua. Estamos instalados en una especie de zozobra permanente en la que los mercados, versión secularizada de una especie de milenarismo, parecen que van a llevarse por delante todo lo que han sido las bases materiales y morales de nuestra sociedad. De repente, nos hemos convertido todos en economistas expertos, y nuestra atención ha pasado de las noticias intrascendentes del verano al análisis pormenorizado de la prima de riesgo, de la calificación dada por Standard & Poors a la deuda norteamericana, o de las repercusiones que van a tener las distintas previsiones realizadas por los expertos en torno la previsible evolución de las cuentas públicas para el próximo ejercicio. Súbitamente, nos hemos encontrado sumidos en una vorágine de cifras y números macroeconómicos que parecen arrastrarnos a todos y no dejan títere con cabeza.

Para más inri, al enrevesado escenario macroeconómico se le une una serie de noticias alarmantes relativas a la crisis alimentaria en el Cuerno de África, a la persistente inestabilidad y zozobra en los países de oriente próximo, víctimas de una masacre anunciada ante la indiferencia de los poderes fácticos. En definitiva, en este mes de asueto en el que nos encontramos en medio de unas bien ganadas vacaciones al borde de la playa o en el monte, sentimos miedo a acercarnos a los titulares de prensa, queremos evitar la desazón que nos produce comprobar que, cuando volvamos al trabajo, todos aquellos problemas y nubarrones que dejamos, los que pudimos disfrutar de vacaciones, los encontramos a la vuelta aumentados en importancia y gravedad.

Decía el poeta Virgilio en su célebre poema Geórgicas: "Sed fugit interea fugit irreparabile tempus", que significa algo así como: "Pero huye entre tanto, huye irreparable el tiempo?". Desde mi punto de vista esta vieja sentencia recoge lo que nos está sucediendo, representa esa conciencia, inicialmente difusa pero cada vez más real, que nos alerta de que un tiempo social ha quedado atrás, que no es posible concebir el futuro como la mera extrapolación del pasado y que es necesario repensar de nuevo gran parte de las instituciones y de los modos de vida vigentes.

Tratando de reflexionar y de repensar qué es lo que nos está pasando en este momento tan delicado en el que vivimos, aprovechando la oportunidad que brinda este verano que, como el momento actual, nos envuelve en una serie de claroscuros meteorológicos que invitan a la meditación, reflexión y descanso, observo que ahora como nunca se superponen diversas manifestaciones que ahondan y agravan nuestra conciencia de crisis. Este estado de recogimiento y reflexión que las vacaciones proporcionan me hacen sentirme próximo a las tesis de Eric Wilson, cuando afirma en su excelente libro Contra la Felicidad, en Defensa de la Melancolía que esta "genera una turbulencia en el corazón que desemboca en un cuestionamiento activo del presente, en un deseo perpetuo por crear nuevas formas de ser y de ver". Posiblemente, este sentimiento de melancolía, alejado de sus visiones románticas y bobaliconas, constituye un buen resorte para escudriñar las claves del presente, y es que como Marsilio de Ficino decía en pleno siglo XV existe una estrecha relación entre la melancolía y la meditación.

Volviendo a nuestra percepción del tiempo y en relación a la crisis actual, conviene decir que una de las razones por las que percibimos que la crisis económica en la que vivimos es una especie de antesala de una crisis de civilización, es debido a que no solo constituye una interrupción brusca a nuestro modo de vida basado en la acumulación indefinida y en el consumo desaforado, también; sino a que su fracaso conlleva también el nuestro, es decir, pone en solfa nuestra propia identidad forjada sobre la base de la asunción de una serie de valores más o menos explícitos. Es nuestro Yo quien se ve sacudido fuertemente en múltiples direcciones. Ya habíamos experimentado muchas admoniciones sobre el grado de injusticia en el que está sustentada nuestra sociedad. Muchos demiurgos nos habían advertido desde hace años que hay que construir nuestra sociedad sobre el Ser y no sobre el Tener (a propósito es bueno repasar después de muchos años el excelente libro de Erich Fromm); pero, en el fondo, todos estábamos convencidos de la capacidad de autocorrección del sistema y, sobre todo, de su futuro indefinido.

Pero, como Richard Sennet nos ha advertido hace unos años al analizar las tendencias de esta sociedad, las relaciones sociales sobre las que construimos nuestra identidad requieren de un tiempo específico, de un tiempo estable sobre el que afianzar nuestro relato de vida a fin de otorgarle una cierta estabilidad que nos permita saber quiénes somos y adónde vamos, y, lo que es mejor, construir un itinerario vivencial desde el que situarnos en el mundo y relacionarnos con el entorno.

Desde el punto de vista temporal, uno de los mecanismos básicos que el capitalismo actual ha destruido es el de la lealtad institucional. La deslocalización, la inestabilidad de las condiciones laborales, la movilidad de los factores de producción han originado una erosión del grado de lealtad hacia las organizaciones e instituciones. Esta erosión impide la construcción de un relato, es decir, de una identidad asociada a un proyecto de carrera profesional con un cierto grado de estabilidad, al tiempo que ha acelerado el grado de obsolescencia ocupacional. Si antes una persona que entraba de aprendiz esperaba escalar en la organización hasta llegar a ocupar puestos de responsabilidad y así construir un proyecto de futuro, en la actualidad la vinculación a la organización es meramente instrumental. Por muchos cursos y masters orientados a reforzar el espíritu de pertenencia, la confianza en la institución y la posibilidad de mantener una alianza estable con la empresa o institución se ve fuertemente mermada. Weber pensaba al analizar las instituciones que el sistema de jerarquía funcional apoyado en la meritocracia otorgaba a las instituciones una estabilidad y una superioridad que hacía de aquéllas el sostén de una modernidad sobre la cual asentar el futuro desarrollo. La capacidad, la preparación a lo largo de una vida daban estabilidad al sistema burocrático. Esto se ha roto.

En la actualidad, el Tiempo como recurso al servicio de la construcción identitaria se transforma en una amenaza, en un estado de ansiedad permanente ante la posibilidad de vernos fuera de las reglas de juego del sistema, tenemos que reciclarnos permanentemente sabiendo que no hay garantías de por vida. Es más, cuanto más conocimiento acumulado exige una profesión mayor es la velocidad de recambio. Cualquiera puede quedarse fuera del sistema. La amenaza de obsolescencia aparece como una espada de Damocles permanente a todos los niveles.

Pero, lo que opera en el ámbito de la producción opera en el ámbito del consumo. Si para Séneca la sabiduría en relación al Tiempo consistía en recordar sabiamente el pasado -saber de dónde venimos, añado-, disfrutar del presente y disponer del futuro; dicho de otra forma, en poder construir un relato identitario que permita establecer un eje de continuidad entre pasado, presente y futuro; la posmodernidad, basada en el principio de gratificación inmediata a través del consumo, nos condena a la ansiedad permanente vía consumo so pena de quedarnos en el margen, como un desecho diría Bauman, que, en lenguaje actual significa: "No estar a la última".

Plantear por tanto una salida a la crisis es preguntarse de nuevo sobre qué bases tenemos que construir la sociedad del futuro. En este sentido, hay que plantearse la sociedad del conocimiento futura y la aplicación de las nuevas tecnologías al servicio de un proyecto de emancipación, donde la apropiación del tiempo por parte del sujeto constituya un elemento de afirmación personal. Es aquí donde debemos cambiar de registro. Como ya hace unos años, en 1968, en plena campaña por la presidencia señalaba Robert Kennedy: "Nuestro PIB tiene en cuenta en sus cálculos la contaminación atmosférica, la publicidad del tabaco y las ambulancias que van a recoger a los heridos. Registra los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares (?) En cambio no refleja la salud de nuestros hijos, la calidad de nuestra educación, no se preocupa por evaluar la calidad de nuestros debates políticos, no mide la belleza de nuestra poesía ni la solidez de nuestros matrimonios?".

No me extraña que movimientos como slow cities hayan emergido con una fuerza inusitada, quizás es hora de centrarnos en el tiempo interior, ese elan vital que nos hace sentirnos más a gusto con nuestras inquietudes más profundas, habrá que decir como Baltasar Gracián: "Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo, hasta el que no tiene nada lo posee".