Porque el mundo te ha hecho así o porque nadie te ha tratado con amor... Hasta ahora lo teníamos claro o no nos preguntábamos si éramos o no navarros, ni mucho menos buenos navarros o malos navarros, dialéctica esta que ya sacó de manera no muy limpia a relucir Miguel Sanz cuando dijo que los que no asistieran a la manifestación de resonancias franquistas y afirmación españolista de marzo de 2007, organizada desde Madrid, no eran buenos navarros.
En consonancia a ese género de ideas, podríamos decir que quien no defiende la morcilla, convertida en raíz de Burgos, es un mal burgalés, porque eso, al margen de que revele un pensamiento apapostiado, es una morcilla de campeonato, como la que ha soltado la ya famosa Barcina referida a la íntima relación que existe entre los toros y Navarra, tanta que no se puede entender la una sin los otros.
Habría que preguntarle a esta fenómena si se es más burgalés por consumir morcilla o más vasco por usar boina.
Ahora resulta que la raíz de Navarra son los toros. Acabáramos. Ya hace tiempo que con auténtico temor veníamos preguntándonos si las únicas señas de identidad de la navarridad eran, solas o acompañadas: el pañuelico rojo -una servilleta anudada al cuello de reciente invención- o el uniforme del buen navarro al completo, tan parecido por cierto, tanto, al envoltorio del chorizo de Pamplona, que obliga a pensar si no serán la misma cosa; un santo, San Fermín de biografía incierta, otro, San Francisco Javier, traído y llevado como una atracción turística; la boina roja hasta ayer mismo, hasta que ser requeté dejó de ser de buen tono, salvo inter pares, como los señoritos que mangaron, en un acto de gamberrismo patriótico muy celebrado por sus iguales, la placa que en la Diputación de Gipuzkoa protestaba por la imposición de colocar una bandera indeseada para quien allí la colocó; los espárragos cojonudos del Borbón; la patxarra foral siempre española; los fueros reducidos a muy poca cosa y mar ignota para la inmensa mayoría de los navarros; los Sanfermines de clase y casta que gente como esa alcaldesa se han inventado; los romeros de Ujué, los pimientos de piquillo, el clarete... pero no, estábamos ligeramente equivocados, pese a que todos los anteriores son símbolos y señas de identidad de uso diario y convertidos, incluidas las devociones religiosas, en atracciones de feria turística, la raíz de la navarridad auténtica son los toros.
Al margen de que esa afirmación dé juego para los ejercicios eruditos castizos de reparto, nadie hasta ahora había sacado a relucir en Navarra polémica política de clase alguna en torno a las corridas de toros y otros festejos taurinos populares. No era cuestión. Unos iban, otros no, y no parecía que eso inquietara a nadie.
Pero está visto que nos encontrábamos en un error.
Se diría que esta gente quiere sacar a Navarra de su inexistencia o de su existencia demediada, cosa en la que coinciden todos los analistas, a golpe de majadería. A tenor de lo dicho por la jefa de filas (prietas) regionalistas, hay que asumir, defender y apoyar a riesgo de ser considerado un mal navarro, los toros, no vaya a ser, cosa temible, que por contagio de los catalanes, nacionalistas claro, porque en esa clave se ha visto la supresión de las corridas en Cataluña, a los vascos, nacionalistas, no españoles de primera, les diera por arremeter contra las corridas y de rondón, los navarros.
Cofradía del Buen Navarro: bordón y cuenta nueva. El que no apoya sus toros y sus símbolos es abertzale.
Esta política ególatra y megalómana, que no ha podido saltar a Madrid, pese a sus esfuerzos de política sucia y autoritaria, ha encontrado que tal vez a los guipuzcoanos no les guste tanto los toros como a los navarros y eso es un providencial hecho diferencial, un argumento político de primer orden.
¿De dónde viene ese prurito de reducir lo navarro a caricatura, a personajes burlescos, a atracciones turísticas, a convenciones religiosas? No lo sé. Tal vez de una ideología según la cual las diferencias se reducen a folklore regional, a trajes regionales y a coros y danzas de la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS.
Lo que sí sé es que ese conjunto de rasgos pintorescos apoyan una nueva sociedad cuyas riendas maneja a su antojo gente como la alcaldesa de Pamplona en la pretensión de construir un nosotros tribal y detestable, y de arrojar fuera a quien no comparta no ya los símbolos, sino lo que estos ocultan y abanderan. Ellos establecen el juego y sus reglas con la voluntad de perpetuarse en el poder. Un nosotros construido sobre la base de una identidad que no necesita de símbolos de la clase que ellos proponen, pero que se urde frente a un "ellos", los que no hay que ser, los que no hay que dejar que disuelvan nuestra identidad singular y española, que son los vascos, nacionalistas o no, pero voraces y perversos.