TENGO un amigo que tiene la costumbre de ofrecer a quienes van a pasar un rato a su casa un vino, una cerveza, un mosto o un schuss. Quienes recordamos aquel refresco de nuestra niñez soltamos una risilla nostálgica cada vez que suena esa palabra refrescante que nos retrotrae al pasado feliz, cuando tomarse un refresco un domingo, con un par de aceitunas por hermano, era el colmo del lujo. Los hijos de ahora, acostumbrados a aperitivos con croquetas, bravas, gusanitos y lo que se tercie, se miran de reojo cuando escuchan la marca del pasado y se cachondean de sus viejos sin disimulo. Pero a nosotros no nos importa. En casa de Julen, al refresco de naranja o de limón, se le llama schuss, y a la tónica, schottis, aunque a la todopoderosa cocacola no se le ha ocurrido -por lo menos todavía- resucitar para el mercado esta bebida de quina, que la mayor parte anima con ginebra. Pues ahora, esa multinacional que alimenta el misterio de la fórmula de su bebida reina y que borda los anuncios televisivos con dosis de azúcar y sentimentalismo, ha decidido rescatar aquel refresco made in Oiartzun y su simpático logotipo de un limón con gorrito. El dibujo con el nombre de schuss asomaba aún hace no mucho en los viejos pabellones del barrio de Altzibar, donde compartía cartel con La Pitusa, otra gaseosa made in Gipuzkoa, que prestó su nombre a decenas de chavalas que llevaban trenzas. Que tiemblen Red Bull, Burn, Aquarius y otros potingues sin sabor concreto, que llega el schuss y, por lo que me comenta un joven cercano, está muy bueno.