A tenerlos o no tenerlos, en su sentido figurado me refiero, el del tronío taurino, el que le hizo cortarse la coleta a un torero en México por falta de ellos, decía el interesado, aunque le sobraran para hacer lo que hizo. Todo depende de dónde estemos y desde dónde veamos las cosas.

Cuenta la leyenda, porque el sumario Picasso (por el general del mismo nombre), en el que se iban a dilucidar las responsabilidades políticas y militares por el desastre de Annual (1921), y otros de la guerra de África, fue pasto de las llamas, cuenta, digo, la leyenda que el texto del telegrama enviado por el rey Alfonso XIII al general Silvestre, después de que éste ordenara la suicida salida masiva de las tropas españolas de Melilla, fue: Olé tus cojones. Murieron miles de soldados españoles y se dice que el general Silvestre se pegó un tiro.

Pero para güevos los de la alcaldesa de Pamplona, que ordenó a empleados municipales, pagados con dinero público, colocar en su honor y en un tendido de la plaza de toros, para que todo el mundo la viese, una pancarta que elogiaba nada menos que sus güevos. Algo que se vio como una demostración de fuerza de una casta política y de una clase social, y en esa calidad aplaudido, y que abochornaría a cualquiera, menos a ella y a su chusma (Hemingway dixit en el auténtico catecismo de los sanfermines: Fiesta).

Una pancarta, que se sepa hasta ahora, pagada también con dinero público. Funcionarios a su servicio que quitan unas pancartas y ponen otras, arrancan carteles e ikurriñas e imponen los símbolos que mejor les conviene. El más puro estilo franquista: el político que se honra y aplaude a sí mismo con dinero público, y que se beneficia cuanto puede del cargo.

Si lo hizo Aznar con su medalla americana, por qué no ella o ellos: plaza de Oriente, manifestaciones organizadas y pagadas, banderitas al paso, pancartas sostenidas por sonrientes alelados viendo pasar el cortejo... están en las imágenes que recogió el nodo. Hay una casta de políticos capaces de hacer lo que sea con tal de que su imagen sea venerada por el público y de ejercer su autoridad sobre los ciudadanos, preferiblemente sus adversarios políticos, convertidos en necesarios enemigos. Cuentan con la complicidad de un público que ignora a sabiendas sus abusos y ha hecho de ellos una seña de identidad que refuerza el nosotros.

Sostenella y no enmendalla es la divisa de una casta política -la que representa a esa media España que ocupa España entera del poeta Gil de Biedma-, que ha hecho del autoritarismo y lo policial su bandera.