Reitero la advertencia previa de mi artículo anterior a mis amigas de Emakunde. Cuando en el presente texto utilizo términos "masculinos", incluyo expresamente a hombres y mujeres, nietos y nietas, abuelos y abuelas. Ni debo, ni quiero ocultar a más del 50% de la población. Y muchísimo menos en estas reflexiones.
A pesar de que suene raro, el ejercicio de la paternidad/maternidad es una situación temporal transitoria.
Me explico: familiarmente, la inicial relación padres/hijos, en la que los segundos son protegidos y dependen económicamente de los primeros, da paso a la igualdad plena -cuando no existe esa dependencia económica entre unos y otros- hasta finalmente convertirse en una realidad inversa: los hijos se convierten en "padres" de sus propios progenitores. Este proceso es más evidente cuanto más aumenta nuestra esperanza de vida.
Por mucho que a algunos -sobre todo a algunas, con perdón- la afirmación precedente afecte a su corazoncito y sigan tratando a sus hijos adultos como si de niños se tratara, la fuerza de los hechos acaba por imponerse. El inexorable paso del tiempo lo demuestra.
Pero se dan abundantes casos de veteranos "metomentodo" o "perejil" incapaces de aceptarlo.
Es verdad que, debido a la incorporación de la mujer al mundo laboral, los abuelos se han convertido en unos colaboradores necesarios en la atención y el cuidado de sus nietos. Es verdad. Pero también es cierto que, muchos de ellos, piensan que esa "desinteresada" contribución les da unos derechos que no les corresponden. Reitero: no les corresponden.
No me diga que no tengo razón. No me diga que no conoce usted a padres, y sobre todo, madres, que a pesar de que sus hijos queridos hayan constituido una unidad familiar independiente, siguen metiéndose en sus vidas hasta el zancajo, proponiendo, sugiriendo e incluso tratando de imponer patrones de conducta que no les competen. No me diga que no ha visto a abuelos reñir a sus yernos por ser demasiado "exigentes" con sus nietos. No me diga que no tiene noticias de discusiones entre padres e hijos independientes porque los primeros discrepan del modo de vida de los segundos -sobre todo en temas relacionados con la religión y las buenas (¿) costumbres- al no coincidir con las prácticas y dogmas en los que les educaron (¿) hace ya muchos años. No me diga que no le han llegado noticias de conflictos de pareja, e incluso separaciones, por la nefasta influencia de los padres de ella, de él o de ambos. No me diga que no sabe de padres acostumbrados a ser los reyes de la creación, incapaces de consultar cuestiones -de las que no tienen ni repajolera idea- con sus hijos adultos, por el exclusivo prurito de seguir siendo el "sabelotodo" de su infancia y de continuar opinando "ex cátedra", como chamán de la tribu, en cualquier reunión familiar que se tercie. Con lo fácil que es decir con toda naturalidad: "de eso no sé nada. Explícamelo, por favor". Abuelos "metomentodo" o "perejil" los hay a miles.
Por otra parte, el dicho tan manido de que "los padres están para educar y los abuelos para maleducar a los nietos" fue inventado y es aplicado por los veteranos para paliar frustraciones propias de su etapa anterior o para inhibirse de las responsabilidades inherentes al nuevo rol que les corresponde.
En todo caso, la frasecita es un error pedagógico como la copa de un pino. Es verdad que los abuelos están para mimar a sus nietos dándoles, de vez en cuando, "caprichitos", que les son propios. Pero, -¡ojo al dato!, como decía aquél-siempre en total y absoluta conformidad con los criterios educativos que competen sólo a los padres. Repito por si alguien no se ha enterado: la obligación de los abuelos es colaborar en la formación de sus nietos siguiendo estrictamente los criterios de sus hijos, padres de la criatura. Incluso hasta cuando les dan "chuches". No sólo, sino también.
No hay mejor manera de incidir negativamente en el proceso madurativo de un niño que vea divergencias entre lo que opinan sus progenitores y/o entre estos y sus abuelos. Es mejor que le "eduquen mal" de común acuerdo, que unos "bien" y los otros de manera diferente.
Los niños necesitan referencias coherentes. Y si no las tienen -además de aprovecharlas para conseguir todo lo que quieren- viven en una continua indefinición que impide un proceso de crecimiento psicológico equilibrado. Sus lamentables resultados no tardan en comprobarse con el pasmo de todos los adultos implicados, cuando ya es demasiado tarde.
Los "abuelos metomentodo" o "perejil" son tan abundantes como los "ejecupijos" de mi artículo anterior, pero infinitamente más generosos y desprendidos. Y, además, tienen experiencia y humildad suficiente para reconocerse en los párrafos que anteceden.
Otra cosa muy distinta es que sean capaces de actuar como deben. Renunciar a "mangonear" sobre alguien cuando lo has hecho, por obligación, durante muchos años, no es nada fácil.
Envejecer, asumiendo el papel familiar que corresponde en cada momento, requiere ser consciente de la situación y, lo que es más complicado, aceptarla con todas sus consecuencias. Pero, se puede y se debe.
Esta en juego la felicidad de sus seres más queridos: sus hijos y sus nietos.
Así lo escribo, porque así lo pienso.