Hama. Una camioneta de rebeldes sirios arrastra la cabeza arrancada de una estatua de Hafez al Asad. En 1982, el fundador de la dinastía al Asad arrasó Hama para acabar con una insurrección islamista, dejando miles de muertos en una represión que duró semanas. Los descendientes ideológicos de aquellos islamistas acaban de tomarse la venganza de aquella masacre acabando con el régimen del hijo de Hafez, Bachar, poniendo fin a 53 años de dictadura de la dinastía Al Asad. ¿Ha terminado la larga tragedia del pueblo sirio con esta revolución, o nuevos nubarrones aparecen en el horizonte? ¿Cuál puede ser el futuro que le espera a Siria tras la era al Asad?

Siria parece no escapar al destino de la inestabilidad política desde que lograra su independencia respecto de los franceses en 1946. Al igual que el Líbano, la fragmentación étnica del país complica su gobierno. La mayoría del país es sunita, con un 12 % de alauitas (una rama escindida del islam), un 15% de cristianos, y un 5% de drusos. Sin olvidar a los kurdos, un 4%, y distintos grupos de origen turcomano. La plural conformación del país propició la sucesión de golpes de estado de caudillos militares, que no cesaron hasta que en 1970 un joven militar de la minoría alauita logró concentrar el poder en sus manos y en su partido, el Baaz. Aquel movimiento político, cuyo nombre significa “regeneración”, aunaba el socialismo, el panarabismo y el nacionalismo de cuño árabe; todo bajo un feroz autoritarismo, a través del cual Hafez al Asad dirigió con puño de hierro Siria, apoyándose en las fuerzas armadas, las minorías étnicas y las elites comerciales sunitas.

Solo los islamistas hicieron frente a la dictadura de Hafez. Las distintas insurrecciones de los Hermanos Musulmanes se sucedieron hasta que, con la masacre de Hama, Hafez acabó con el enemigo interno, centrándose en influir en sus vecinos, especialmente en manejar los hilos de la política libanesa. En 2000 Hafez al Asad falleció dejando como su sucesor a su segundo hijo, Bachar al Asad. Un oftalmólogo con estudios en Gran Bretaña que, tras la muerte del primogénito, tuvo que reciclarse como futuro nuevo dictador en Siria, asumiendo el cargo con 34 años.

En un primer momento Bachar al Asad alumbró esperanzas de cambio en el régimen. Su perfil modernizador abrió las esperanzas de una liberalización política, dando lugar a lo que se denominó la Primavera de Damasco. Pero pronto aquellas esperanzas se truncaron. Al Asad optó por una solución china; una liberalización de la economía, pero, siguiendo a su padre, sin abrir el puño de acero en lo político. Al mismo tiempo, Bachar sustituyó las viejas elites en las que se apoyó su predecesor por un círculo de amistades y su gente. Un error que pronto pagaría.

Y ese momento llegó en 2011 con las primaveras árabes que se expandían por Oriente Próximo. Los sirios volvieron a manifestarse contra el régimen, pidiendo apertura democrática y mejores condiciones de vida. Al Asad, como en 1982 su progenitor, respondió con una represión feroz y estalló la guerra civil. En ella se han enfrentado, por un lado, al Asad y sus aliados externos, Rusia, Irán y Hezbolá, y, por otro, el Ejército Libre Sirio, formado por antiguos aliados militares de Al Asad apoyados por los Estados Unidos; el Ejército Nacional Sirio, islamistas financiados por Turquía; y distintos grupos yihadistas, que se concentraron en el Frente Al Nusra de Al Qaeda y en el Estado Islámico. Ha sido la siria una guerra civil con bandos fraccionados, intereses geopolíticos e injerencias extranjeras de todo tipo, cuya ferocidad y brutalidad la han convertido en uno de los conflictos más sangrientos y crueles de lo que llevamos de siglo XXI, los más de 600.000 muertos, la mayoría civiles, así lo atestiguan.

Implosionado sin resistencia

Estos días, tras 13 años de guerra civil y cuando parecía que la intervención rusa había dado estabilidad y seguridad al régimen de al Asad hijo, casi de la noche a la mañana la República Árabe Siria ha implosionado sin ofrecer resistencia. La debilidad de Irán y Hezbolá, debido a su particular guerra con Israel, y la necesidad de los rusos de concentrar sus fuerzas en Ucrania, han permitido que los islamistas logren vengar la masacre de Hama del 82 y acabar con el sucesor del régimen de Hafez al Asad. Bachar al Asad ya es historia. La brutalidad de su régimen, con sus ataques químicos y sus barriles bomba lanzados desde helicópteros, acabó con el poco apoyo que le quedaba en la población civil. Ahora es Abu Mohammad al Golani el nuevo hombre fuerte del país.

Al Golani no solo ha logrado ser el líder que ha dirigido el fin del régimen de al Asad. Su figura representa un cambio de táctica del yihadismo tradicional. Hijo de una familia siria desplazada por la toma de los altos del Golán por Israel, al Golani se inició en el yihadismo en la Irak ocupada por los EEUU en 2003, de la mano de uno de los grandes iconos de Al Qaeda, el jordano Abu Musab al Zarqaui, que convirtió Irak en un infierno para las fuerzas de ocupación norteamericanas. Durante su militancia en Al Qaeda, al Golani pasó por las conocidas cárceles iraquíes que se harían tristemente conocidas por las torturas a los prisioneros. Unas cárceles que se convirtieron en semilleros de las nuevas generaciones de yihadistas, como el propio al Golani o Abu Bakr al Baghdadi, fundador del Estado Islámico.

Tras su encierro, al Golani volvió a reaparecer como líder del frente Al Nusra, la franquicia de Al Qaeda en Siria, y se negó a unir sus fuerzas con al Baghdadi y su Estado Islámico. Pero en 2017, al Golani tomó la decisión de separarse de Al Qaeda, y fundar Hayat Tahrir al-Sham, moderando su mensaje y atrayendo al nuevo movimiento a otros grupos islamistas. Incluso su apariencia, más cercana a Fidel Castro, con camisa verde y visera, contrasta con sus antiguas fotos, más acordes con la apariencia clásica yihadista. En una reciente entrevista concedida a la CNN, al Golani justifica su cambio ideológico debido al paso de los años, lanzaba un claro mensaje conciliador dirigido a las minorías y a otras facciones. Un mensaje tranquilizador sobre todo para las potencias occidentales, que ven en ello una renuncia a los ataques dirigidos a Occidente. Su orden para que sean respetadas las estructuras de poder de al Asad con el fin de evitar el vacío de poder y que el país caiga en el caos, contrasta con las políticas llevadas a cabo por el Estado Islámico en los territorios bajo su poder. Para algunos expertos, al Golani representa un nuevo yihadismo pragmático, que puede ser más peligroso debido a su capacidad de moderar su mensaje y sus métodos, y con ello más capacidad de maniobrar políticamente y crear alianzas con otros agentes más moderados. Por el contrario, para otros expertos, Al Golani, una vez asegurado el poder, puede sacar a la luz su antigua personalidad extremista.

Las dudas respecto al futuro de Siria no se limitan únicamente a si las proclamas de reconciliación, orden y perdón de al Golani son verdaderas o un mero instrumento para asegurar el poder y, a partir de ahí, construir otro régimen feroz, esta vez de carácter islamista. Habrá que ver también cuál será su tolerancia hacia las minorías, especialmente la alauita, la base tradicional del poder de los al Asad. Pero sobre todo, habrá que medir su actitud hacia los kurdos y a su régimen autónomo, Rojava. De especial interés será ver si el nuevo hombre fuerte de Siria sigue el camino que marcó Hafez al Asad, el represivo, y otro tolerante. Otro punto a tener en cuenta será su relación con los otros miembros de la oposición, el Ejercito Nacional Sirio, controlado por Turquía, y, sobre todo, con el Ejército Libre Sirio, más secular y alejado del islamismo, apoyado por los Estados Unidos, y que, pese a su debilidad, puede aún tener capacidad para enfrentarse a al Golani.

El gran riesgo para la estabilidad en Siria no sólo dependerá de factores internos, como el vacío de poder y el surgimiento de fricciones entre los distintos bandos, susceptibles de multiplicarse en infinidad de milicias y grupos armados, que pueden conducir al país a un caos similar al vivido por el Irak post-Sadam. Para dibujar la Siria futura no habrá que olvidar que Siria ha sido un elemento clave del tablero internacional, escenario en el que múltiples potencias han jugado a lograr más influencia en la región. La actuación en un futuro de estos factores extranjeros marcará también el devenir del país. Muy posiblemente la misma partida geopolítica que se ha jugado hasta estos días se siga jugando, pero esta vez con fichas nuevas.

El expresidente sirio Bashar al-Assad EP

Irán, la potencia derrotada

En este plano internacional, la principal potencia derrotada ha sido Irán y su eje de resistencia. La República Islámica con la caída de Al Asad pierde su principal aliado en la región, y lo hace además a manos de sus acérrimos enemigos, los islamistas suníes. A la vez, se corta la ruta de abastecimiento de su fiel aliada Hezbolá, con lo que se elimina también su capacidad de hacer daño a su enemigo existencial, Israel. Rusia también pierde con el cambio de régimen. La base naval de Tartus, puente ruso al Mediterráneo y punto de avituallamiento para las operaciones africanas de los mercenarios de Wagner, puede que deje de estar en manos rusas.

Israel, al contrario, asesta varios golpes al mismo tiempo lo que no la librará de la necesidad de estar atenta para ver si el nuevo régimen significará o no una amenaza, o los posibles vacío de poder o reanudación de la guerra civil afectan a sus intereses. Aspectos a los que Estados Unidos también tendrá que estar muy atenta, sobre todo en lo que el nuevo régimen de Damasco tenga reservado para sus aliados los kurdos. Por su parte, Turquía, la gran vencedora del fin del régimen de al Asad, no dudará en hostigar a los kurdos y tratar de influir sobre los grupos islamistas para la erradicación de la Rojava kurda. Veremos si Donald Trump continúa la eterna tradición norteamericana de abandonar a los kurdos a su suerte. Algo que parece probable, ya que las últimas declaraciones sobre el tema reflejan el deseo del nuevo presidente de abandonar Siria, siguiendo el modelo de Afganistán.

La Siria de al Asad, por tanto, ya es historia. Pero, a primera vista hay razones para hacer dudar de que la caída de la dictadura signifique automáticamente un futuro prometedor para el pueblo sirio. Para muchos expertos el fraccionamiento del país es de tal grado, agravado además por los intereses de los distintos actores internacionales, que a los sirios les será muy difícil lograr la estabilidad necesaria para evitar una nueva guerra civil.

Un nuevo conflicto interno que, con sus múltiples escenarios y agentes, puede surgir en cualquier momento y por cualquier circunstancia. A día de hoy, todavía se vislumbran lejos los anhelos de democracia y prosperidad que reivindicaban los manifestaciones contra al Asad aquel lejano 2011. El presente sirio muestra un país devastado y una población masacrada y humillada que parece cerrar un oscuro e infame capítulo de su historia. Por todo ello, este aparente punto final puede fácilmente convertirse en un punto y seguido, aunque ojalá esta vez Siria escape de su larga maldición...