Dos semanas antes de las elecciones presidenciales norteamericanas, el escenario electoral se presenta como una carrera muy igualada, pero en una situación de la que se habla poco: la avalancha de pleitos que ambos partidos tienen preparados para rechazar los resultados, si es que favorecen a sus rivales políticos.
Por mucho cacareo en los últimos cuatro años en torno a la negativa de Donald Trump para aceptar los resultados electorales en 2020, su posición no era nueva: a principios de siglo, George Bush, hijo del primer presidente Bush, se creía tan ganador de las elecciones como su rival demócrata Al Gore, hasta el punto de que las elecciones no se decidieron en los recuentos de votos, sino en el Tribunal Supremo, que puso la Casa Blanca en manos de Bush.
A otros niveles, también ha habido repetidamente legisladores que se han declarado vencedores a pesar de los recuentos electorales y todavía consideran que les robaron el cargo que ahora ocupan sus rivales.
Si la situación no es nueva, es mucho peor que hace algunos años, pues ahora el voto por correo, al que se recurrió durante la pandemia, se ha popularizado y extendido por todo el país. Ello se presta, por lo menos, a retrasos en la correspondencia y errores en el recuento, con las consiguientes protestas –o denuncias ante los tribunales– de los candidatos perdedores quienes, con o sin razón, se consideran estafados.
El voto por correo no es nuevo, pues siempre pudieron utilizarlo los residentes en el extranjero o los militares en campañas lejos del país, pero la pandemia lo amplió de manera que la mitad acuda anticipadamente a las urnas, pues los colegios electorales están ya abiertos en muchos lugares del país.
En el caso de voto postal, la peor de las consecuencias es que los votos pueden tardar en llegar hasta varios días después de los comicios y, si los resultados son muy igualados, no se puede saber de inmediato quién ocupará la Casa Blanca. Esta vez tanto Donald Trump, que nunca aceptó los recuentos de hace cuatro años, como su rival demócrata Kamala Harris, no parecen muy dispuestos a creerse los resultados del recuento de votos… especialmente si no les dan la victoria.
Esto significa que ambos candidatos están ya tomando medidas para decidir las elecciones ante los tribunales y que probablemente la decisión puede acabar en las salas del Tribunal Supremo, como ocurrió hace casi un cuarto de siglo.
Entre tanto, ambos candidatos mantienen una campaña de estilos muy diferentes: Trump prácticamente se refugia entre sus simpatizantes, aparentemente convencido de que no va a conseguir más seguidores en las filas del partido demócrata, mientras que Harris parece dudar de que tiene suficiente apoyo entre los seguidores tradicionales del Partido Demócrata y se dirige ahora a los simpatizantes de Trump para engrosar las filas de sus seguidores.
Es dudoso que gane mucho con esta estrategia, pues consiste en acusar a Trump de todo lo imaginable, algo que generalmente es mal recibido entre los simpatizantes del expresidente y podría quitarle votos indecisos en vez de aportarle.
Las encuestas en este fin de semana estaban muy igualadas y con pequeñas ventajas para Trump en los estados considerados “clave” para el recuento electoral, pero las diferencias quedaban dentro de los límites estadísticos que permitían prever cualquier resultado.
Lo cierto es que los vistosos esfuerzos de esta recta final pueden ser un tanto inútiles si, como prevén todas las proyecciones, por lo menos la mitad de los votos se habrán emitido antes del día de los comicios.