Theodore Roosevelt, Abraham Lincoln, John F. Kennedy, Gerald Ford, Ronald Reagan… larga es la lista de los presidentes de los Estados Unidos que han sufrido un intento de magnicidio. Algunos consiguieron eludir la muerte, pero otros, como Kennedy, Lincoln, Garfield o William James McKinley no consiguieron sobrevivir a las balas de sus asesinos. Aquellos hechos cambiaron el rumbo de la historia norteamericana, al igual que el proyectil que hirió la oreja de Donald Trump el pasado 13 de julio. Un intento de magnicidio cuyas consecuencias marcarán el futuro más próximo del país de las barras y estrellas.

La primera consecuencia, la más obvia, afecta directamente a la carrera por acceder a la Casa Blanca. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y en el caso de la foto de Donald Trump aquel 13 de julio, con el rostro ensangrentado, rodeado de guardaespaldas y con el puño al aire desafiante arengando a sus seguidores, esa imagen posiblemente marque un antes y un después en la política norteamericana. Si en 1963 varias balas disparadas por Harry Lee Oswald en Dallas acabaron no solo con la vida de John Fitzgerald Kennedy, sino también con la inocencia y el optimismo progresista de toda una nación, el atentado fallido contra Trump parece abrir una nueva era para los Estados Unidos, la de un trumpismo victorioso que parece no tener ya forma de ser detenido ni por las fuerzas demócratas, ni por sus críticos dentro del ala más moderada de los republicanos.

Pocos dudaban ya antes del atentado de que Trump no alcanzase la Casa Blanca el próximo noviembre. Las pocas dudas que quedaban tras las erráticas políticas de un Joe Biden y un Partido Demócrata a la deriva, se vieron confirmadas con la represión policial sobre los estudiantes pro-Gaza de los campus norteamericanos, alejando el voto joven, clave en las victorias demócratas. Cada vez era más evidente la debilidad de un Partido Demócrata incapaz de lograr un liderazgo fuerte, que quedó aún más expuesto ante un Trump superviviente de un intento de asesinato, que no solo es capaz de salir prácticamente ileso, sino que delante de las cámaras, es capaz de levantarse y gritar a sus seguidores: Fight, Fight, Fight. Lucha, lucha, lucha. Un nuevo lema que sumar a los tradicionales eslóganes del trumpismo, que ya se empieza a utilizar en camisetas y viseras por sus seguidores; y que sin duda alguna, será muy utilizado en la campaña presidencial de noviembre.

Otra imagen icónica

Si la política norteamericana está llena de imágenes icónicas y míticas que han mantenido su influjo sobre los votantes durante décadas, la foto de Evan Vucci de Trump arengando a los suyos con el rostro ensangrentado y con la bandera al fondo se ha convertido inmediatamente en una nueva foto fija de carácter casi religioso para el inconsciente colectivo de los norteamericanos. Una imagen que será explotada en campaña y que algunos medios comparan incluso con la histórica imagen de los soldados norteamericanos levantando la bandera de las barras y estrellas en Iwo Jima. Una foto que sería el sueño de cualquier responsable de campaña y que, sin ninguna duda, será clave a la hora de activar al electorado indeciso en noviembre. Un regalo que ni el mejor guionista de Hollywood podría haber imaginado para unas elecciones presidenciales.

Pero las consecuencias del atentado fallido del pasado lunes van más allá de acercar aún más la victoria hacia el lado de Donald Trump. El mismo momento en el que ha ocurrido contiene un significado político muy importante. Por un lado, ha sido el momento en el que Biden y su papel de liderazgo para el Partido Demócrata fue puesto en duda, incluso entre sus propios seguidores. Dando un sentimiento de fortaleza e imbatibilidad a Trump y los republicanos frente a una imagen de debilidad y desunión tanto de Biden como del partido que lideraba.

Clave también ha sido la fecha de la convención del Partido Republicano en Milwaukee. Una convención que tenía que servir para entronizar a Trump como candidato a las presidenciales, silenciando todas las voces discrepantes, sobre todo la de los moderados que criticaban la radicalización ideológica del partido a manos del trumpismo. Si alguien creía que los never trumpers, la facción republicana crítica con el radicalismo y extremismo de Trump, tenía posibilidad alguna de hacer escuchar su voz, el trumpismo reforzado tras el 13 de julio ha silenciado toda crítica interna.

La convención ha significado la constatación de que la posición de Trump ya es indiscutible en el Partido Republicano. Tras los sucesos de Bradley, pocos serán los críticos que alcen la voz ante las directrices de un Trump salvado por la gracia divina de una muerte segura. La imagen de un Trump con la oreja vendada, aclamado por las bases republicanas como el nuevo salvador ungido por la gracia divina, deja poco margen a la especulación sobre el poder real de Trump en el partido. Para muchos expertos, el atentado frustrado ha sido la última losa sobre las corrientes moderadas que trataban de abandonar el extremismo de los últimos años. Trump y su ideología MAGA han culminado la toma del Partido Republicano.

Donald Trump, líder supremo

Por si esto fuera poco, la convención no solo ha significado el encumbramiento de Trump como líder supremo del Partido Republicano. El mandato presidencial en los Estados Unidos se limita a dos mandatos, por lo que si Trump accede al poder en noviembre, sería su último mandato, a no ser que cambiase las leyes del país. De ahí la importancia que se daba a la elección del vicepresidente, ya que se esperaba que este sería el elegido por Trump para seguir su legado en la Casa Blanca cuando este terminase su mandato.

El elegido, J. D. Vance, parece el sucesor ideal de Trump para la Casa Blanca. Nacido en el cinturón del óxido, la zona desindustrializada de los Estados Unidos, con una familia marcada por las drogas y la desestructuración social, Vance ejemplifica la superación de todos los males que aquejan a la Nueva América de la globalización y del progresismo occidental. Luchó en Irak, logró estudiar en Yale, y se convirtió en un as de las inversiones para las empresas de Silicon Valley. Sin olvidar que escribió su propia autobiografía, con adaptación de Netflix incluida, lo que convierte a Vance en un digno delfín de Trump. Más si cabe cuando su designio se hace por un Trump tocado por la providencia.

Por una parte, Vance significa un intento del trumpismo para acercarse al electorado que puede ser clave en noviembre, la clase media baja obrera víctima de la desindustrialización y la globalización, y que ve en el radicalismo de Trump el retorno a una América que empezó a desaparecer en los años 70, y que Trump promete volver a resurgir. Por ello, Vance será clave a la hora de conseguir dar la vuelta a los estados del Medio Oeste del cinturón del óxido que anteriormente votaban demócrata y que serán claves en la reelección de Trump si votan republicano. Aquí es donde Vance tendrá su principal reto.

Pero al mismo tiempo, la elección de Vance en esta convención implica algo más importante. Con su elección, Trump hace la apuesta por el futuro del Partido Republicano, colocando a una nueva generación de trumpistas en la cúspide del partido, y consolidando para el futuro el trumpismo como la ideología del futuro para el Partido Republicano. No hay que olvidar que Vance fue muy crítico con Trump en sus inicios, llamándolo incluso el “Hitler de Norteamérica”. Qué mejor que un converso para acabar con las voces críticas con el trumpismo. Un relevo que gracias al atentado frustrado va a dotarse de una mayor legitimidad y pondrá muy difícil la lucha a aquellos que se resisten a que el trumpismo sea la ideología oficial de los republicanos.

La dimisión de Joe Biden

No solo las consecuencias de la bala del 13 de julio se han limitado a las propias filas trumpistas. La dimisión de Biden, más allá del relevo de un líder ya cuestionado hasta por las propias vacas sagradas de los demócratas, abre en canal un partido incapaz de encontrar una voz única que aúne al partido y le dé la fuerza necesaria para un Trump convertido en un nuevo mesías tocado por la gracia divina. Kamala Harris, la designada por el propio Biden, no parece aunar suficientemente a las familias del Partido Demócrata. Veremos si la dimisión de Biden implica lograr un candidato fuerte para plantar cara a Trump, o desata una guerra fratricida entre los demócratas, limitando aún más sus posibilidades para noviembre.

La bala que el 13 de julio hirió a Donald Trump parece haber culminado un proceso que se abrió en 2016 con la victoria presidencial de Donald Trump y que se cerrará en este 2024 con una carrera electoral enfilada y la continuidad asegurada del trumpismo como ideología hegemónica en el Partido Republicano. Un Trump elevado a mesías por haber esquivado la muerte parece encauzar de manera definitiva su retorno a la Casa Blanca gracias al magnicidio fallido.

Todo apunta a una nueva era política en Estados Unidos, reforzada por la bala que hirió a Trump y que marcará no solo el destino del país de las barras y las estrellas, sino también el del resto del mundo entero.