Una de las cosas que perjudicó seriamente la imagen del régimen instalado hace ya más de un siglo por los bolcheviques rusos fue el bajo nivel de vida de un país que era una potencia militar y en cuyo extenso territorio hay abundantes recursos que no parecen saber o querer explotar.

La escasez material permitía al régimen imponerse por medios impopulares y mantener a la población a raya mientras al otro lado de las fronteras la bonanza aumentaba y los pueblos gozaban de libertades democráticas.

Ahora, a casi medio siglo de salir derrotada de la Guerra Fría, Rusia tal vez contemple la perspectiva de renovar sus ambiciones y extender su propia experiencia a otros lugares, lo que llevaría estrecheces y sacrificios al mundo “occidental” que hasta ahora le ha estado dando sopas con honda.

Es porque sus vecinos europeos podrían encontrarse ante una situación desconocida desde hace más de un siglo, debido a lo que podrían ser unos gastos gigantescos e ineludibles para nuestro continente, acostumbrado a un alto nivel de vida y unas condiciones benignas y de gran bienestar.

Este sería el resultado de un nuevo planteamiento militar, en que Europa vería reducida la amplia protección militar de Estados Unidos y tendría que resolver sus amenazas militares por sus propios medios, o por lo menos aportar mucho más de lo que ha hecho desde mediados del siglo pasado.

Presupuesto militar

En estos momentos, Estados Unidos dedica cerca del 13% de su presupuesto a Defensa, mientras que los países aliados de la OTAN no llegan en algunos casos ni siquiera al 2%.

El ex y posible futuro presidente norteamericano Donald Trump ha estado haciendo desde hace tiempo una serie de declaraciones inquietantes en este sentido, pero es improbable que, de retornar a la Casa Blanca, sus decisiones sean muy distintas de las que adoptaría otro presidente: las corrientes aislacionistas van en aumento en Estados Unidos sin que el expresidente republicano sea necesario, porque se deben tanto a un empobrecimiento relativo con respecto al resto del mundo, como a un cambio de actitud.

La historia norteamericana ha tenido sus momentos de aislacionismo y un regreso a estas tendencias obligaría a los países europeos a aumentar sus gastos defensivos hasta un 5% de su producto económico, en opinión de muchos expertos. Es mucho menos que lo dedicado por Estados Unidos, pero muchísimo más de lo que nuestro continente, como miembro de la Alianza Atlántica, ha estado prometiendo y gastando desde que se estableció la cooperación a ambos lados del Atlántico hace ya algunos años.

Porque los aliados europeos de la OTAN se habían comprometido a destinar a la defensa común el 3% de su Producto Nacional Bruto, algo que muchos países no cumplieron y en muchos casos no llegaron ni al 2%.

Algo diferente es la situación en lo que había sido la “Europa del Este”, es decir, de los llamados “satélites” de Moscú durante la Guerra Fría, más dispuestos a destinar fondos que les permitan mantenerse en el “mundo libre” del que estuvieron alejados tantos años, como ocurre con Polonia, Rumanía o los países bálticos.

Servicio militar

No es solamente el bolsillo occidental el que se puede ver afectado, sino también el estilo de vida: hace ya algún tiempo que el servicio militar ha dejado de ser obligatorio y que los jóvenes europeos pueden dedicar todas sus energías al estudio o a sus intereses personales. Los presupuestos militares son necesarios pero insuficientes para garantizar la defensa y hay que añadir soldados en números importantes, lo que podría hacer necesario el regreso al servicio militar obligatorio.

Una mayor militarización en Europa podría llevar a un cambio en sus relaciones con Estados Unidos, país que perdería autoridad en los foros militares. Es algo que en su día ya entendía el asesor de seguridad norteamericano durante la presidencia de Jimmy Carter, Zbignievn Brezinsky, quien reconocía la aportación insuficiente de los países europeos pero no la lamentaba. “Ciertamente, pagamos más que ellos, pero también somos quienes mandamos y las decisiones internacionales están básicamente en nuestras manos”, aseguró.

Pero para Estados Unidos, aunque aumente la aportación europea, la presión no bajará: a diferencia de Europa, centrada entre el Atlántico y los Urales, Washington tiene un amplio frente en el Pacífico, donde ha de lidiar con Moscú y sobre todo con China, que mantiene un fuerte pulso militar y amenaza el imperio naval norteamericano, la libertad de navegación internacional y las ventajas comerciales de que hasta ahora ha gozado el mundo occidental.

Pero visto desde Pekín, su nueva posición tal vez no represente más que la recuperación de lo que fue su imperio hasta hace tres siglos, adaptado ahora a las nuevas coordenadas globales.