Carme Colomina (Barcelona, 1970) es investigadora del CIDOB, centro de investigación en relaciones internacionales que acaba de publicar un informe sobre la agenda del mundo en 2024, con claves de fondo como la pérdida “desde hace más de una década”, de poder hegemónico de Estados Unidos, o los vaivenes y riesgos de la Unión Europea, o la ampliación de los denominados países BRICS. “Este mundo es más multipolar, con muchos más actores en juego, aunque de manera desigual”, resume Colomina, que se pronuncia también sobre lo que está sucediendo en Gaza y en Ecuador.

Señalan que 2024 será “el año electoral más importante de la historia”.

En cantidad de elecciones, seguro. Casi el 51% de la población mundial estará llamada a las urnas, más de 4.000 millones de personas. Aunque más elecciones no significa más democracia. Algunos de estos comicios van a definir hacia dónde van determinados conflictos abiertos.

Repasando el análisis de CIDOB, la visión induce al pesimismo.

El año pasado fue el más violento en número de conflictos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y la violencia política creció un 27%.

Calculan que una de cada seis personas en el mundo ha estado expuesta a un conflicto en 2023.

La conflictividad está mucho más extendida de lo que podemos pensar. Unas guerras se llevan todos los titulares, pero hay una concentración de conflictos armados, con un nivel de impunidad muy alto y una erosión continuada y muy profunda de la legislación internacional, de las reglas que ordenan la paz y la guerra. El conflicto en Gaza ha sido definitorio al demostrar este pulso tan duro sobre la legitimidad y capacidad de influencia de Naciones Unidas.

Si la ONU se muestra inoperante, el peligro es de regresión.

Su Consejo General es un instrumento para la parálisis. La realidad geopolítica global ha cambiado y las potencias que se sientan en este Consejo, que todavía representa el mundo de 1945, utilizan su capacidad de veto. Ya se sabía desde hace tiempo que Naciones Unidas necesita una reforma, pero ahora su propia existencia está cuestionada. La ONU, para contrarrestar esas dificultades políticas, se aferra con uñas y dientes a su trabajo sobre el terreno, de ayuda humanitaria en conflictos. Eso también se ha visto contestado en Gaza en 2023, donde más funcionarios han muerto en tan poco tiempo en un conflicto. Estamos perdiendo la capacidad de reconocimiento de una gobernanza global, de un cierto arbitraje, de normas o instrumentos compartidos, cada vez más cuestionados.

¿Qué recorrido le da a la iniciativa que ha tomado ahora Sudáfrica?

A la vez que crece la impunidad en el ejercicio de la fuerza y de la violencia bélica, hay una voluntad de exigir cuentas, y es muy interesante que venga de actores del llamado Sur Global.

De la “saturación informativa” vamos “a la desconexión social”.

Cada vez hay más informes que demuestran que estamos ante sociedades exhaustas ante esta aceleración en la cantidad de contenido al que estamos expuestos, más la incertidumbre de si es verdadero o la violencia que pueden entrañar ciertas imágenes. En países como Grecia o Bulgaria el 57% de la población dice que ya no consume las noticias y prefiere permanecer al margen. Nos preguntamos hasta qué punto eso comporta una desconexión política o social, y en este año electoral sin precedentes, qué efectos puede tener.

“Las narrativas hasta hace poco hegemónicas o están contestadas o ya no sirven para explicar la realidad”, señalan también.

Durante décadas Estados Unidos y sus medios tenían el monopolio de la información internacional 24 horas. Eso empezó a cambiar claramente con la irrupción de nuevos canales, como Al Jazeera. El Sur Global empezó a tener su propio relato de lo que estaba ocurriendo. Esta pérdida de la hegemonía ha ido en aumento, por el declive de la capacidad de influencia de Estados Unidos, en retirada en muchas partes del mundo, y el surgimiento de nuevos relatos. En estos últimos tiempos ha sido muy simbólico ver cómo estos han chocado, y la incapacidad de Occidente, de Estados Unidos y de la Unión Europea, de que su relato de la guerra de Ucrania fuese compartido. Las acusaciones de doble rasero a Occidente están ganando cada vez más espacio.

Estados Unidos es uno de los países con elecciones este año. ¿Será una dicotomía entre qué contrincante representa el mal menor?

Este argumento también serviría para muchas elecciones europeas, como en las últimas presidenciales francesas. Las de Estados Unidos tienen mucho que ver sobre qué va a pasar con la ayuda financiera y militar a Ucrania, por ejemplo, que se ha politizado mucho en la precampaña.

¿En qué sentido?

Ya no hay unos consensos tan indiscutibles sobre la necesidad de ayudar a Ucrania, lo vemos también en la Unión Europea. Es una tendencia que va a ir a más en los próximos meses. De los resultados electorales depende el rol de Estados Unidos en determinados conflictos o la relación con la UE. Aunque la presidencia de Trump fue muy dura y la distancia trasatlántica aumentó muchísimo, la relación entre Washington y Bruselas ha cambiado desde hace tiempo, es mucho más transaccional, y ya no tiene ese aura especial de aliado tradicional. Hay una incomprensión gobierne quien gobierne en la Casa Blanca. Cambian las formas, pero la distancia existe.

Sin embargo la OTAN ya no despierta un rechazo como en los ochenta.

La invasión rusa a Ucrania, aumentó la sensación de inseguridad, y reforzó un marco de seguridad colectiva tradicional en plena crisis existencial como era la OTAN. Y ha llevado a un aumento del gasto militar en la UE, a una mayor dependencia en seguridad de Estados Unidos y a una mayor presencia militar de este país en suelo europeo. A la vez, creo que ha habido una conciencia mucho mayor a nivel europeo de que esta no es la única vía posible, y de que la UE necesita una estrategia propia. De ahí el desarrollo del concepto de autonomía estratégica, clave en 2023, que lo seguirá siendo en 2024. La seguridad, por mucho que haya inversión militar, no la define sólo tu capacidad defensiva. También lo hace tu independencia de recursos, la diversificación de acceso. Esa autonomía estratégica no puede ni debe construirse sólo militarmente.

Sobre lo inmediato. ¿La crisis humanitaria en Gaza será galopante?

Ya es una crisis humanitaria brutal, en un contexto de récord histórico, porque el desplazamiento forzado de población en 2023 llegó a 114 millones de personas en el mundo, una cifra que no se había alcanzado hasta ahora. A eso se le suma en estas últimas semanas el desplazamiento forzado de palestinos que veremos cómo continúa; ahora es de 1.900.000 personas desplazadas. El impacto regional del conflicto ya es una realidad. En Irak, en Irán, en Yemen, con los hutíes en la disrupción del Mar Rojo, y la reciente operación militar de Estados Unidos y Reino Unido. Vemos a Estados Unidos como un aliado sin fisuras de Israel, a pesar de pedir cierta restricción a Benjamin Netanyahu, y la irrelevancia de la Unión Europea, lo que demuestra cómo ha cambiado la UE en estos últimos años, porque a pesar de no ser un actor políticamente influyente, siempre fue vital en ayuda humanitaria y desarrollo para Palestina. En estos momentos las contadas voces críticas sobre la actuación de Israel demuestran el cambio político que se vive en el seno de la UE.

Con comicios en junio, que pueden ser una vuelta de tuerca en la derechización de la Unión, y su arrastre sobre el proyecto europeo.

Cada nueva elección ha sido un triunfo en número de escaños para fuerzas de derecha radical en los últimos años. En estos momentos esa derecha radical forma parte de gobiernos o es socia prioritaria, y tiene capacidad de influencia importante en el Parlamento Europeo. Las encuestas dicen que las dos grandes familias que más escaños pueden ganar en los próximos comicios europeos son los Conservadores y Reformistas que preside Giorgia Meloni, Identidad y Democracia, donde está Marine Le Pen, y Alternativa por Alemania. Es verdad que no serán las primeras fuerzas. Las tradicionales resisten, pero han perdido la mayoría; 2019 fue la primera vez que en el Parlamento Europeo las dos grandes familias políticas que habían consensuado la construcción europea, socialdemócratas y cristianodemócratas, ya no tenían el 50+1 de la Cámara. Veremos qué coaliciones o mayorías pueden ser posibles después de estas elecciones de junio, y qué grado de tentación puede sentir el Partido Popular Europeo de buscar posibles mayorías a su derecha.

¿Y China? Su crecimiento se ha ralentizado y es el menor en 35 años. ¿Está agazapada?

Es un actor geoeconómico y geopolítico cada vez más importante. El gran actor del Sur Global de hoy. China necesita estabilidad para extender esta capacidad de influencia. Así como Rusia en los últimos años ha construido su capacidad de influencia exterior en las rendijas geopolíticas de los conflictos, en Ucrania, Siria, Libia, República Centroafricana o Mali, en cambio China necesita estabilidad para extender su ruta de la seda, para la compra de voluntades políticas a través de la construcción de infraestructuras, o el acceso a contratos de extracción y de explotación de recursos naturales. China es muy coherente con lo que quiere, y por eso calcula muy bien sus intervenciones, pero la hemos visto empezar a ejercer de actor geopolítico, en Sudán u Oriente Medio. Hay una China volcada al exterior, y una hacia el interior. Aquí con el gran interrogante de sus resultados económicos, pues este frenazo va a impactar en su consumo interno y sus debilidades económicas, y arrastrar a otros países emergentes que dependen mucho de sus exportaciones a China, y que sentirán con fuerza dicho frenazo.

¿Qué papel tiene ahora África?

Eso de que África era el continente olvidado ya hace tiempo que ha quedado atrás. No sólo África, el Sur Global se consolida como espacio de confrontación y liderazgo.

Incluyendo a África en dicho parámetro.

Sin duda. El papel de Sudáfrica y Egipto es muy importante. A eso se añade la competición por los recursos para la transición verde y digital que llevan a cabo las grandes economías. Eso sitúa otra vez a determinados países africanos como aliados necesarios. Lo mismo ocurre en América Latina. El año pasado ya hablábamos de la aceleración geoestratégica de los otros, potencias regionales medianas, y apuntábamos a India o Sudáfrica. Un año después, se han reforzado todavía más. Es paradigmática la ampliación de los BRICS, y qué supone: la entrada de golpe de países como Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica van a suponer el 46% de la población mundial y un 29% del PIB global, e incluir a dos de los tres mayores productores de petróleo del mundo. Si eso no es tener capacidad de influencia, ya me dirá. En todo caso, dentro de ese Sur Global hay agendas políticas e intereses distintos. Hay países en África a los que les interesa tener a China como aliado para determinados acuerdos y a la Unión Europea o a Estados Unidos para otros.

Ecuador ha irrumpido en los informativos, con estampa inquietante.

El debate sobre la seguridad en América Latina ha quedado completamente copado por unas tendencias al autoritarismo y un aumento del crimen organizado. El año pasado fue el del bukelismo, en el que creció la capacidad de atracción del presidente salvadoreño Bukele, que tiene elecciones en 2024. La pregunta es hasta qué punto estamos ante una nueva apuesta por la mano dura ante una violencia y de desestabilización que gana terreno en muchas partes de América Latina. La campaña electoral en Ecuador ya estuvo completamente marcada por el debate de la seguridad. El continente entero lucha contra una nueva ola de criminalidad extendida a países antes considerados más estables, como Paraguay o Argentina. Por tanto, es un problema que ha explotado en Ecuador, pero que no es la excepción, al contrario.

CIDOB, con su mirada global al mundo, ha cumplido medio siglo.

Somos un centro de pensamiento y análisis de la política internacional, que ha evolucionado en los últimos años. Nacimos en el 73, al final del franquismo, muy vinculados a la cooperación, y desde la sociedad civil. CIDOB siempre ha intentado tener a las personas en el centro de las relaciones internacionales. Venimos de ese interés de la sociedad civil por mirar hacia el exterior para abrir un país en ese momento tan cerrado. Creo que eso sigue siendo parte de nuestra manera de ver el mundo. Hemos ido evolucionando, nos hemos abierto y colaborado con otros centros y think tanks, participamos en proyectos europeos de investigación... pero lo que seguimos intentando es conectar las ideas y las personas, y explicar y dar claves para entender un poco mejor todos estos cambios tan acelerados que nos están transformando la realidad.