Hace unas pocas semanas, la capital norteamericana pasó unos días de casi duelo cuando su parque zoológico perdió una de sus mayores atracciones: los osos panda chinos, que el gobierno norteamericano tenía que devolver a su país de origen.

Enviados a varios zoológicos del país como una muestra de buena voluntad y deseo de fomentar las buenas relaciones entre China y Estados Unidos, su marcha coincidió con un aumento de tensiones entre ambos países, en parte por los desencuentros geopolíticos, en parte por la situación económica china, menos floreciente que en los últimos años.

Para los empresarios norteamericanos, que han invertido en China miles de millones de dólares, la situación actual no es positiva: el relativo estancamiento de la economía china representa un problema que se ve agravado por el comportamiento de Pekín a la hora de perseguir judicialmente a empresas extranjeras y va estrechando el cerco con nuevas leyes que permiten acusarlas de fraude o espionaje.

Cuando el presidente chino visitó San Francisco, se reunió con representantes de estas grandes empresas, desde Apple a Boeing o Pfizer. Fue una reunión esperada con tanto interés por los empresarios como por las autoridades municipales: la ciudad demostró que le iba mucho en el éxito de este encuentro y hasta decidió limpiar de basura y de tiendas de campaña las zonas próximas al encuentro.

Pero si los empresarios pagaron elevadas sumas por asistir, quedaron decepcionados: el presidente Xi Jinping no prometió estímulos económicos, ni reducir la presión policial sobre estas empresas extranjeras ni facilitar las transacciones comerciales. Fue una sorpresa desagradable para los interlocutores norteamericanos, quienes en sus comentarios señalaron su desencanto, pero dijeron que la reunión había sido positiva porque al menos no se rompieron lazos y la parte china demostró una remota voluntad de diálogo.

Un gran contraste entre esta situación y la primera reunión entre los mandatarios de ambos países hace medio siglo, cuando el entonces presidente Nixon se reunión con Mao Tse Tung y abrió el camino para el intenso comercio entre ambos países y el espectacular crecimiento chino.

Parece que el mismo tenor, es decir, un logro escaso y un entusiasmo nulo, dominó en las conversaciones con su homólogo norteamericano Joe Biden, quien señaló que ambos países mostraron deseos de mantener y mejorar sus relaciones.

Pero probablemente no se pasó mucho más allá de estos deseos y declaraciones de buena voluntad, porque Biden cometió el error de decir la verdad a los medios informativos:

Cuando le preguntaron acerca de las credenciales democráticas de Xi Jinping, Biden no tuvo reparo alguno en calificarlo de dictador, a pesar de que semejantes declaraciones levantaron las iras de Pekín en ocasiones anteriores.

Si Xi Jinping no parecía oir o entender las inquietudes políticas y comerciales de sus interlocutores, lo compensó con un magnánimo gesto popular: aseguró que la China estaba dispuesta a mandar nuevamente osos panda a los zoológicos norteamericanos. Algo que tal vez no consuele a empresarios y generales, pero deleitará a niños, adultos y cultivadores de bambú.