Hace un año Giorgia Meloni seducía a los italianos con promesas de “mano dura” con la migración en el Mediterráneo, pero sus planes pronto naufragaron en la isla de Lampedusa (sur), desbordada estos días por la llegada de miles de africanos. De hecho, más de mil migrantes y refugiados arribaron a la isla en las últimas 24 horas

El 25 de septiembre de 2022, la ultraderechista conquistaba el Gobierno en Italia cabalgando el malestar social incubado en la pandemia y arremetiendo contra la gestión migratoria y lo que ella consideraba un “proyecto de sustitución étnica”. En aquella campaña electoral, marcada por el incesante trasiego de pateras en el Mediterráneo, Meloni llegó incluso a prometer un “bloqueo naval” frente a Túnez o Libia para impedir que los inmigrantes pudieran zarpar.

La primera ministra lleva casi un año en el poder (octubre de 2022) y sus ideas se ven impracticables. En lo que va de año, han desembarcado en Italia 130.620 personas, el doble que en el mismo periodo de 2022 (68.283) y el triple que en 2021 (43.275).

La diminuta isla de Lampedusa, más próxima a los acantilados de África que a los sicilianos, ha vuelto a ser la primera en vivir la oleada, recibiendo en tres días unos 10.000 desplazados africanos. “Es un caso típico de demagogia, sobre todo del populismo de derechas, que ahora se vuelve en su contra tras prometer cerrar fronteras (...) Es preciso superar la especulación dramática para adoptar una política pragmática”, según el sociólogo de la Universidad de Milán Maurizio Ambrosini.

Por supuesto, la presión migratoria no es reciente –los primeros inmigrantes aparecieron en el horizonte lampedusano en 1992– pero sí ha ido in crescendo, sirviendo últimamente como caldo de cultivo para el electorado ultraderechista.

Cauces legales

La vicepresidenta de la Asociación para Estudios Jurídicos sobre la Inmigración (ASGI), Lazzarena Zorzella, alega que el aumento del flujo irregular se debe a “la falta de cauces legales para poder entrar en Italia”, además de a las muchas crisis subsaharianas.

“Los sucesivos Gobiernos, y más este, no atesoran la experiencia de 30 años de fenómeno, no les interesa analizar la cuestión, sino usarla como propaganda”, sostiene.

Por el momento, lamenta, los decretos en materia migratoria poco o nada tienen que ver con la reducción de los desembarcos. El primero del 2023 dificulta las misiones de los barcos de las ONG asignándoles puertos lejanos para desembarcar inmigrantes; el segundo desmanteló la denominada “protección especial” y el tercero alargó el tiempo de retención de los sentenciados a la expulsión.

Mano tendida a Europa

En estos meses, Meloni aparece más “institucionalizada”, menos radical y, paradójicamente, su Gobierno no ha tenido más remedio que permitir por decreto la entrada hasta 2025 de 452.000 extranjeros ante la falta de mano de obra. Entretanto, en la búsqueda de una solución al problema en el sur, Meloni se ha dirigido a la UE... ella que nunca escatimó críticas a los “burócratas” de Bruselas.

Incluso convenció a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, para visitar Lampedusa el pasado domingo y le arrancó el anuncio de un “plan europeo” sin demasiada novedad. La jefa del Ejecutivo comunitario no apoyó el tantas veces preconizado “bloqueo naval” pero sí planteó “la posibilidad de explorar la extensión de misiones navales europeas en el Mediterráneo”.

No sería la primera vez. El trágico naufragio de Lampedusa el 3 de octubre de 2013, con 368 muertos, alumbró la operación italiana Mare Nostrum, y después llegó Sophia, la primera enteramente europea en patrullar el Mediterráneo central, finiquitada en 2020.

El profesor de Demografía y Desafíos Sociales Luiss Alfonso Giordano subraya una exigencia geopolítica vital: que Europa asuma “el control del Mediterráneo” no de forma puntual, sino como una “política estructural”. “La gente no dejará de venir hasta que no entienda que llega a un lugar con reglas. Y el Mediterráneo en estos momentos no las tiene”, señala.

Por el momento, en Roma esperan a que llegue el otoño, con aguas menos propicias para estas peligrosas travesías, y sobre todo que Europa desembolse pronto los millones prometidos a Túnez a cambio de que vigile sus costas.