EN diversas culturas y tiempos, el uso de drogas ha sido tolerado o perseguido, ha tenido más o menos seguidores y en muchos casos ha sido considerado como una enfermedad o un vicio. Hoy en día, en muchos países occidentales y particularmente en Estados Unidos, hay una cierta tolerancia para los alucinógenos y en muchos sitios apenas de persigue a quienes los utilizan.

Las autoridades se centran, cuando pueden, en los responsables de la producción y distribución de drogas que, como nuestros lectores saben, se organizan en bandas criminales que dedican grandes recursos a defenderse de la justicia y se arman hasta dientes.

Pero California, que en Estados Unidos tiene con frecuencia una función precursora y sienta modas y tendencias dentro y fuera de las fronteras norteamericanas, ofrece hoy otra manera de entender el uso de drogas.

Se trata de una “experiencia religiosa”, defendida y fomentada por “sacerdotes del hongo” que ven en las propiedades alucinógenas de sus hongos una prueba de la divinidad de este vegetal. Es una versión muy conveniente del “cristal con el que se mira” aplicado ahora al uso de drogas.

La justicia californiana, acostumbrada a adaptarse a modas y nuevos conceptos morales, no se muestra por el momento convencida de que los líderes de este “culto a la seta” alucinógena estén practicando una religión, sino que provisionalmente los ven como traficantes de droga y como responsables de incitar a otras personas al consumo de alucinógenos, algo que no está tolerado ni siquiera en la muy permisiva California.

Uno de los “pastores” de esta nueva religión, aseguraba en declaraciones televisadas que se enfrenta a un muro de incomprensión oficial y que se ha visto obligado a comparecer ante los tribunales, lo que considera una violación de sus derechos civiles y un límite a sus libertades religiosas. Porque, asegura, eso de alucinarse con hongos no es cuestión de narcóticos, sino una experiencia religiosa

Para él y sus correligionarios, las autoridades que tratan de impedir su “apostolado del hongo” no persiguen un delito sino que impiden el libre ejercicio de prácticas religiosas. Aseguraba que su concepto de religión es panteísta y que los hongos tienen unas propiedades divinas tales que consiguen transportar a quienes los consumen a espacios fuera de las limitaciones de la conciencia y las necesidades materiales.

En esta nueva religión californiana, las setas se convierten en un elemento divino al que adoran y del que reciben un premio inmediato pues se sienten transportados a un mundo fantástico y feliz. Y los responsables de administrarlo se convierten en sacerdotes del hongo.

Quizá la suya es una versión exagerada del culto a las bebidas alcohólicas bien conocido en algunos lugares de nuestra geografía, donde se canta “me han de enterrar en una bodega, al pie de una cuba, con un grano de uva en el paladar”

Los pastores drogatas californianos han elevado la dependencia de los narcóticos a una experiencia religiosa, acercamiento a ese Dios en forma de hongo e invitan a participar a cuantos se acerquen a sus “iglesias”. Parece una nueva frontera a la que se enfrenta California y que, como tantas otras cosas en ese estado, repercutirá en las leyes y costumbres de todo el país.