Camerún, la antigua colonia alemana en África Occidental (1884-1919), está al borde de la guerra civil al haberse rebelado la minoría anglófona del noroeste - cerca del 20% de los 24 millones de habitantes - contra el Gobierno y la mayoría francófona del país.
Como tantos y tantos conflictos violentos africanos, el camerunés se debe a la miseria del norte, agravada por los pillajes de la guerrilla islámica de Boko Haram, y al nepotismo y abuso de poder del Gobierno central. El Camerún que había sido mandato francés tras la I Guerra Mundial obtuvo la independencia en 1960 y en octubre del 1961 vio ampliado su territorio con la zona septentrional, que había sido mandato inglés desde 1919.
La fusión de los dos territorios se hizo con la garantía teórica de respeto de los intereses de la población minoritaria y derechos autonómicos. Pero ante la indiferencia internacional, el Gobierno central de Yaundé fue socavando progresivamente esas promesas y desde 1972 el Camerún es de hecho un Estado absolutamente centralista. Un Estado centralista e intolerante, que ahogaba con duras represalias todas las reclamaciones autonomistas. La política de palo y tente tieso de Yaundé desbordó la paciencia de los cameruneses occidentales en diciembre del 2016, al reprimir con suma violencia unas manifestaciones de jueces y maestros anglófonos en pro de mayor autonomía. Desde entonces la espiral de mayor violencia contra una resistencia cada vez más violenta y empecinada culminó el 1 de octubre del año pasado, cuando el movimiento secesionista armado proclamó la República de Ambazonia y emprendió una campaña de actos subversivos en todo el país.
La consecuencia de esta lucha entre derechos pisoteados y poder pisoteador han sido emboscadas, luchas de guerrillas y operaciones militares de castigo contra poblados enteros. Y el balance de tragedias humanas arroja 143 muertos (43, militares) y 74.000 civiles desplazados de sus hogares. Según las organizaciones humanitarias occidentales, esta cantidad se divide en 40.000 personas refugiadas en el interior del Camerún y 34.000 asilados más allá de las fronteras; mayormente en Nigeria.
La situación es tanto más alarmante, cuanto que por un lado el armamento y capacidad militar de las guerrillas independentistas es cada día mayor y mejor y por el otro, nadie parece dispuesto realmente a mediar entre el presidente Paul Barthélemy Biya bi Mvondo, de 82 años, y los ambazonios.
Hoy por hoy las esperanzas de una mediación pacificadora se dirigen hacia la Iglesia Católica, dado su prestigio ante la población. Pero esta esperanza no tiene más fundamento que el hecho de que una mediación de la Iglesia Católica en el Congo se vio coronada en su día por el éxito. Pero ahora hay que decir la perogrullada de que el Congo no es Camerún.