La primera vez que llevé una moto tendría quince años, es decir, hace 43 años. Nadie me dijo cómo hacerlo, salvo que era parecido a ir en bici, pero sin dar pedales, tan sólo tenía que prestar atención al acelerador y al freno. La experiencia fue bien, y aquí estoy hoy, después de haber tenido una decena de motos en propiedad, de haber conducido cerca de un centenar de modelos diferentes –al hecho de trabajar como periodista de motor se une el de que probada muchas de las motos que mi padre reparaba como mecánico- y de haber recorrido por todo tipo de itinerarios en torno a unos 300.000 kilómetros sobre dos ruedas, tratando de resumir en una lista de consejos algunas de las principales pautas que he adquirido, y otras que otros más sabios que yo me han transmitido, sobre cómo afrontar la experiencia de conducir una motocicleta.
El mercado actual ofrece infinidad de modelos, debemos escoger atendiendo a nuestras necesidades de movilidad y capacidades
Para comenzar, un consejo de madre, la mía: “En la moto no tienes una carrocería que te proteja, tú eres la carrocería, así que conduce con cuidado y con el equipamiento adecuado”. Esto mismo también me lo comentó en un curso de conducción y seguridad Salvador Canellas, el primer piloto español en ganar un gran premio de motociclismo de velocidad: “Siempre tienes que dejar un margen de seguridad para los imprevistos; si no lo dejas, no tendrás posibilidad de evitar el accidente cuando se produzca la situación de riesgo”. Está claro, si quieres ir deprisa o al límite, métete en un circuito y deja vivir en paz al resto de los usuarios de la vía pública.
Sobre dos ruedas no tienes nunca la estabilidad que da rodar en un coche de cuatro ruedas, así que el peligro de caer es evidente. Y cuando uno cae, el daño casi siempre es inevitable. La protección pasa, al margen de lo que diga la ley, por llevar un buen casco –mejor integral que jet y mejor de fibras que de policarbonato termoconformado-, guantes, cazadora con protecciones –no olvidéis la espaldera-, unos buenos pantalones que aguanten un arrastrón y un calzado resistente que cubra el tobillo. Y lo mismo en invierno que en verano. Es el consejo de alguien que se ha caído en dos ocasiones, en ambas debido a combustible derramado por otros vehículos sobre el asfalto; porque aunque uno vaya con cuidado y respetando las normas, los riesgos siempre están ahí aguardándonos donde menos lo esperamos. Y siempre mejor ropa con material reflectante para que nos vean más fácilmente.
Otro consejo de libro al que nadie hace caso, pero que es fundamental, es el de leerse el manual de instrucciones de nuestra moto. Aquí se resume todo lo que el fabricante nos quiere contar sobre su vehículo, y resulta vital para un uso seguro del mismo, además de garantizar su fiabilidad y disfrute.
Elegir la moto ideal
Lo de elegir la moto idónea es una tarea, si es la primera vez, en la que necesitaremos asesoramiento de alguien con conocimiento y experiencia. Debemos tener en cuenta el tipo de vehículo en relación a nuestras necesidades de movilidad y a nuestras características y habilidades: alguien de estatura corta sobre una trail enorme y alta es sinónimo de problemas al moverse en parado, por ejemplo; o comprarse una custom de 350 kilos para hacer recados por ciudad no parece una decisión muy inteligente. La potencia y prestaciones, el peso, el volumen, la altura del asiento, el comportamiento dinámico y los costes de mantenimiento son factores a tener presente. Una vez comprobado que la moto está en perfectas condiciones de uso –aquí nos será de gran ayuda el manual de instrucciones-, llega el momento de rodar.
A la moto hay que tenerle respeto, pero no miedo; el sentido común y la precaución serán de gran ayuda
Ya en marcha, como me decía sonriendo un mecánico experto en reparación de motos siniestradas: “La mayoría de la gente cuando se cae en moto lo hace en curva, a la entrada, en interior o a la salida, pero siempre en curva o rotonda; pocos son los que lo hacen en plena recta y sin un motivo ajeno a él”. Así que ya lo saben, antes de la curva, adecuar la velocidad –mejor frenar primero con el freno trasero para evitar que se nos hunda la horquilla delantera y de inmediato con el freno delantero-, trazar el viraje y salir con suavidad. Suavidad es la clave. La mirada puesta siempre al frente, tratando de alcanzar la mayor distancia posible para detectar incidencias. Y hablando de incidencias, el invierno está a la vuelta de la esquina. La lluvia, el frío, el viento, la niebla, y no digamos ya el hielo y la nieve, además de la suciedad del asfalto y las pinturas deslizantes, son factores que influyen en la visibilidad y en el agarre de nuestros neumáticos, lo que implica problemas de estabilidad. Bajar la velocidad y conducir con precaución y dulzura será básico, sobre todo si la moto carece de ABS, lo que hará que resulte más delicada a la hora de dosificar la frenada.
Por último, la conducción en ciudad, rodeado de coches, exige una dosis extra de precaución. Los puntos muertos nuestros y los de los otros conductores son un enemigo peligrosísimo: es vital asegurarse de que el otro nos ha visto y también saber dónde está el resto de vehículos junto a los que circulamos.
Si a todo esto le sumamos una dosis de buena educación, civismo y sentido común –somos junto a los ciclistas, peatones y monopatines unos de los usuarios más vulnerables-, realizamos el correcto mantenimiento de nuestra moto –neumáticos, frenos y suspensiones son algo fundamental para la seguridad- y entendemos que a la moto hay que tenerle respeto, pero no miedo; estaremos en el camino correcto para hacer un uso satisfactorio de nuestras dos ruedas.