La estudiante de Egiptología lo relataba sin apenas inmutarse, pero quienes la escuchábamos no dábamos crédito. En los sótanos del Museo Egipcio de El Cairo, situado en la emblemática plaza Tahrir, habían extraviado un obelisco de 10 metros. “Ni rastro” del pilar, contaba con cierta sorna la joven australiana. A los días visité el centro museístico en cuestión, sorprendiéndome a cada paso, no solo por la riqueza y variedad de las piezas, sino también con la caótica distribución tras encontrarme sarcófagos de indudable valor cruzados en mitad del pasillo. En cualquier otro lugar estarían custodiados bajo una vitrina, pero no allí, donde a pesar del expolio sufrido durante años la abundancia de obras sobre el MundoAntiguo resultaba casi inabarcable. Pero esos argumentos de desorden y falta de medios que servían a los países europeos custodios de obras emblemáticas como la Piedra Rosetta o el busto de Nefertiti mostrar dudas sobre la capacidad egipcia para gestionarlos han desaparecido con la apertura del Gran Museo Egipcio. Hace más de 20 años ya se hablaba de este proyecto, que se ha materializado junto a las pirámides de Giza. Países Bajos han dado el primer paso al comprometerse a devolver un busto piedra de un funcionario de alto rango de la dinastía de Tutmosis III. ¿Se volverán a reunir Nefertiti y Tutankamon?
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