En este oficio de juntar letras, en ocasiones tan denostado, se nos acusa habitualmente de escribir de oídas, a la ligera, sin reparar en las posibles consecuencias de aquello que contamos. Valga este escrito para hacer terapia de grupo porque, habitualmente, las cosas no son lo que parecen. Hace días que tuve conocimiento de que un joven había sido víctima de una agresión sexual en Donostia. La práctica habitual ante este tipo de casos suele ser comentar el tema con el responsable de la sección o con el director, y evaluar el posible enfoque de la noticia ante las dudas que pueda suscitar su difusión. Pues bien, durante dos días no dije nada porque la víctima, según me comunicaron, no quería que trascendiera el caso. Durante dos días le estuve dando vueltas a la cabeza, me puse en su papel, consciente de que una vez que se publicara la información el resto de medios acabaría haciéndose eco. Sin embargo, respetar su deseo suponía silenciar una brutal violación a un joven, lo que sin duda es noticia y, en mi humilde opinión, la sociedad debe conocer. Y es ahí donde surge el dilema ético. La noticia se publicó el domingo omitiendo ciertos detalles para no identificar al chico, pero no crean ustedes, las dudas siempre asaltan en esta profesión tan mal pagada en la que las cosas casi nunca son lo que parecen.
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