Ha vuelto a escena esa cortina de humo que es que dejemos de mover las manecillas del reloj cada medio año un pasito p’alante, un p’asito patrás, que cantaba aquel. Ya lo propuso la Comisión Europea hace 14 cambios de hora y luego lo descartó porque finalmente no encontraba la hora para ponerse con el tema (perdón por el chiste). Los optimismas titularon ya entonces que nos encontrábamos ante el último cambio de hora, que es un titular que, como tantos otros de la vida y los periódicos, podríamos repetir hoy –aunque no lo haremos– porque el cuento se repite ahora pero narrado por Sánchez. Dicen los que saben de esto que vivimos en un huso horario que no nos corresponde y que deberíamos vivir siempre en este horario de invierno donde se madruga y acuesta uno a oscuras, donde las terrazas se retiran antes, también en verano, pero donde todos seríamos más formales y productivos, como si no lo fuéramos ya. Que lo de una hora mensecos en Canarias se extienda a toda la península frente a Francia para ser más europeos e irnos antes a la cama. Que no hay ahorro energético, que era la moto vendida para seguir con esta movida, y sí un impacto negativo en la salud de la gente, que antes nos decían que duraba un día, luego una semana y ahora una vida. Que hoy a las tres serán las dos y que debería ser para siempre, aunque ese siempre sea, otra vez, la próxima primavera.