En la cola de embarque hay un hombre de queja amarga. España, dice a su interlocutor en el móvil, está llena de “rojos” y “comunistas”. Un país que se va “a la mierda” por la sencilla razón de que no le gustan ni los rojos ni los comunistas, y que necesita a “un Hitler”. Y así ventila su diarrea dialéctica hasta que otro pasajero le invita a que deje de conversar con el manos libres, porque sus “barbaridades” no le importan a nadie.
El hombre de queja amarga entiende que sí y emplaza al otro pasajero a duelarse cuando el vuelo de Barcelona llegue a Vigo. Qué mejor puede hacerse en Vigo que pegarse. Imaginen.
La escalada verbal va a más, como el retraso que empieza a acumular el avión. Otra pasajera que esperaba al final de la fila para embarcar cuenta ya en su asiento qué pasaba.
El hombre de la queja amarga, que ya carga contra empleadas de la aerolínea, no embarca: la Guardia Civil irrumpe y retira de la circulación al sujeto que ya bastante añoranza llevaba de Franco, su ejército y demás.
Y el avión, que no es para hombres de quejas amargas, parte. Con 45 minutos de retraso sobre el horario previsto por culpa de “un problema de seguridad”, explica el comandante. Lo que provocan hombres de quejas amargas y nostalgias de este pelo: retrasos.