Las farolas de Braga están llenas de banderolas. En un mes celebran elecciones autárquicas en Portugal. Municipales. Sobresalen en número las de Chega, la ultraderecha portuguesa, que como a muchos de sus hermanos europeos le basta surfear las olas que le vienen para crecer. Los lemas que cuelgan también valen en cualquier parte de Europa. La brocha gorda tiene sus ventajas. Más cuando el voto se reduce a las tripas. Las emociones. Los sentimientos. "PSD = PS. 50 anos de corrupçao. Vota Chega". Conectan con el enfado ante un caso de corrupción o la violación de una joven. ¡Cómo no indignarse! Bajo esos carteles, miles de bracarenses se visten de blanco y disfrutan de las Noites Brancas más famosas de Europa. Refinados museos e imponentes iglesias abiertos hasta altas horas de la madrugada, cuando aún suenan los últimos acordes de múltiples macroconciertos. A esos vecinos no se les ve ni indignados por aquello que les dicen que les debería indignar ni, mucho menos, preocupados por analizar y comparar las mejores soluciones para esos problemas que les dicen deben ser sus principales problemas. Los de las banderolas, que nunca temieron problemas complejos, dicen tener las soluciones perfectas. Y gobernarán. En cuanto esas pócimas mágicas se evaporen de tanto hervir y recalentar, de tanto fuego al fuego, veremos qué queda en el fondo del caldero.