En un buzón empiezan muchos sueños y puede terminar la inocencia de un niño. Solicitudes, instancias, recursos y amores. Todo puede empezar en un buzón solitario que pasa desapercibido en el paisaje urbano hasta que lo necesitamos. “¿Dónde hay un buzón?”. La pregunta es más habitual cuando estamos fuera, porque en un buzón también terminan unas vacaciones. Los buzones conectan el destino con nuestro origen. Una postal a quien sea es un hilo entre dos puntos de nuestra vida. Cuatro frases bien escritas al dorso son artículo de lujo en la era de WhatsApp. Quién sabe cuándo mandamos la última carta manuscrita. Pero los buzones, amarillos, resisten de pie. A prueba de tempestades.
Hasta que llega un vándalo, que no sabe que los escritos se depositan dentro, y escribe en la pesada chapa metálica que recubre la boca del buzón. Esa que, clonc, hace ruido al caer y encender los sueños. Junto al canal de Artia en Irun, sin embargo, hay uno que prende sueños pero también puede liquidar la infancia de quien ya sabe leer. “Papá Noel no existe, espabila❤️”. La última O, con forma de corazón. Quien lo escribió nunca mandó una carta a Rovaniemi (Napapiiri, en Finlandia), código postal 96930. Si lo hubiera hecho, le hubiera bastado esperar al 25 de diciembre para tragarse su escrito.