Hay veces que el arte parece predecir el futuro. Y, con el paso de los años, cuando observas, parece que está hecho desde el presente. Es lo que me pasó hace poco cuando vi Todos nos llamamos Alí de Rainer Werner Fassbinder de 1974. A pesar de tener más de 50 años, los conflictos y las problemáticas que se presentan están más vigentes que cuando se hizo la película. Un inmigrante marroquí de mediana edad y una señora mayor comienzan una relación ante la incomprensión de la sociedad alemana. El odio hacia esa mujer por ello llega hasta el punto de que sus compañeras de trabajo la desprecian y la aíslan, sus hijos no quieren hablarle y ya no le dejan comprar en su tienda de barrio de confianza. Fassbinder muestra cómo en una generación inmediatamente posterior al horror nazi los odios raciales persistían con fuerza. Ahora, medio siglo después, resulta mucho más evidente todo eso. Casi nadie vivió lo ocurrido en los años 30 y 40, y muchas personas parecen olvidar hasta qué punto la humanidad perdió la cabeza. Por eso es necesario siempre acudir al arte, al menos al que nos hace reflexionar. Porque más allá de la raza, la edad, ideas o género todos somos seres humanos. Aunque haya cada vez más gente que se olvide de eso.