Ya he compartido con las lectores y lectores de este diario las experiencias con los olvidos varios. Pero vuelvo a traerlas a colación antes de no acordarme. Hablaba ayer por teléfono con una amiga a la que veo muy poco pero a la que quiero mucho. Si alguien hubiera grabado la conversación hubiese alucinado. Nos entendimos casi sin verbos y prácticamente sin sustantivos. De nombres propios, qué decir. La cosa es que recordamos (ja, ja), aquel día, en aquel sitio, cómo se llamaba, bueno da igual que ya sé cuál es, donde estaba aquella chica que fue a la ikastola y que era de Andoain que tenía un hermano, ¿era Jokin? no creo que no, pero ya caigo quien es, que llevaba una coleta alta, sí esa va a ser. Es que ese día teníamos algo... no sé si un reunión, un partido de pelota o un paseo por las nubes, ¡ah, síiiiiii! que bien lo pasamos. ¿Fue en Aduna o en Amara? ¡Qué más da! Me acuerdo que hacía bueno. ¡Cómo me acuerdo, de eso sí, de las pestes que echaba cuando mi ama me pedía que le pasará el trasto! Y yo acertaba a pasarle el trasto que necesitaba. Pues eso. Que ya no me enfado cuando no me viene una palabra a la boca porque tengo a interlocutoras que entienden mis trastos y que evocan ese día que hacía sol en no sé donde. Porque sí que nos acordamos, y muy bien, que fue un día feliz.