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Mesa de Redacción

Eduardo Iribarren

Guerra

Europa se convirtió en un territorio sin refugio en el que se cometió una amplísima gama de crímenes sin distinción

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Esta semana se conmemora el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. La distancia temporal respecto del presente es cada vez mayor y será por eso que muchos europeos no tienen empacho en dar su voto a partidos que defienden ideas muy parecidas a las que en el primer tercio del siglo pasado alimentaron las causas del conflicto. Sin duda, pertenecemos a unas generaciones afortunadas, porque a diferencia de nuestros antepasados nos hemos librado de escenarios bélicos como los que les tocó en suerte. El relato de la Segunda Guerra Mundial es un mosaico de violencias de una crueldad inconcebible. Europa se convirtió en un territorio sin refugio en el que se cometió una amplísima gama de crímenes sin distinción entre militares y civiles, un campo de batalla con la única regla de aniquilar al enemigo. La vida de decenas de millones de personas fue el peaje que se pagó hasta la derrota nazi, una ideología que no abrazaron solo los alemanes. Algo que se suele olvidar es que Hitler encontró muchos aliados en todos los rincones de Europa. La desintegración de Yugoslavia fue la que, a finales del siglo pasado, despertó la guerra en Europa, que ha vuelto brotar en Ucrania por voluntad de un Putin que no duda en utilizar la memoria del sacrificio soviético en victoria aliada en beneficio de sus intereses actuales. Que no vaya a más.