El consumo hostelero en terrazas es una de las herencias que nos ha dejado la pandemia. No es que antes no existieran, pero su número y tamaño era muy inferior y funcionaban muy vinculadas a la temporada de verano. Lo que más me llama la atención es que aquello que sorprendía cuando se viajaba al norte de Europa, el consumo en terrazas rodeado de una temperatura gélida, también se ha impuesto entre nosotros. Los fumadores ya no están solos a la intemperie. La gente desayuna, come y cena sin aparente sufrimiento envuelta en abrigos y bufandas como si el frío (cada vez menos, todo hay que decirlo) fuera parte del menú. Donostia está en pleno proceso de regulación de estos espacios porque la normativa que los regulaba se ha quedado obsoleta tras la pandemia. El consumo en el interior del establecimiento es una costumbre viejuna. Los jóvenes se arremolinan en torno a las mesas a cielo abierto y les resultan inconcebibles aquellos tiempos en los que nos abríamos paso hasta la barra a empujones rogando con salir indemnes de los vinos, cañas y cafés que se apartaban mientras avanzábamos. La operación, por supuesto, se desarrollaba en medio de la neblina de los cigarros (pido perdón) y terminaba pagando en metálico a esos camareros que despachaban clientes a la velocidad la luz. Entre el datáfono y el ticket bai, se impone la paciencia.
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