Esta semana ha sido un viaje al pasado. Primero con el reconocimiento como víctimas de los cuatro miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas que murieron acribillados en una emboscada policial en la bocana del puerto de Pasaia en venganza por el asesinato del dirigente socialista Enrique Casas unas semanas antes. Después, con la noticia de que la Comisión de Valoración de las Víctimas ha oficializado la versión de que Rosa Zarra murió por un pelotazo de la Ertzaintza en el contexto de los incidentes durante una manifestación cerca del actual estadio de Anoeta. Aquellos hechos ocurrieron hace 41 y 30 años respectivamente y aunque no haya resarcimiento judicial, las familias obtienen la justa recompensa de la verdad. Son dos capítulos que permanecían sin cerrar del voluminoso relato de la violencia en nuestro país. Aún quedan demasiados flecos sueltos y a medida que pasa el tiempo empezamos a ser conscientes de que parte de la verdad que todavía demandan tantas víctimas no va a obtener la respuesta necesaria para sellar las heridas. Estos dos episodios me han traído a la memoria aquellos tiempos tremendos que vivimos en continuo sobresalto. Una época de violencia a raudales en forma de atentados, guerra sucia, torturas, detenciones, secuestros, presos, chantajes económicos, amenazas, persecución política, destrucción... Y por encima de todo, víctimas, muchísimas víctimas insuficientemente reconocidas durante demasiado tiempo. Ahora que la palabra rearme entra en nuestro vocabulario, conviene decir bien claro que mejor inversión siempre será la paz. l
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