La semana pasada pude ver dos de los documentales nominados al Óscar, entre ellos el ganador. No other land cuenta, desde la perspectiva de dos jóvenes, un palestino y un israelí, cómo Israel acaba destruyendo y echando de sus casas a los habitantes de una región de Cisjordania, varios años antes del comienzo de la ofensiva en Gaza. Este largometraje se alzó con el Óscar a mejor documental.

Entre las nominadas estaba Banda sonora para un golpe de estado, que trata, a ritmo de jazz, de la independencia en 1960 de la República Democrática del Congo y las posteriores injerencias europeas y estadounidenses para conservar los recursos del país, hasta el punto de promover un golpe de estado contra el presidente, Patrice Lumumba.

Las dos películas, desde zonas alejadas en el globo y sobre épocas diferentes, tratan, en el fondo, de lo mismo. De unos países ricos y fuertes colonizando y quitando las tierras de los países pobres y débiles. Un constante abuso de poder que queda impune, en ambos casos, por la nula efectividad de la ONU. Los abusadores siempre utilizarán su estatus para forzar, de la forma que sea, a hacer lo que ellos quieren a los demás. Los seres humanos afectados por sus decisiones no importan. Al fin y al cabo, son pobres. ¿Por qué iba un gobierno de un país rico a preocuparse por ellos?