Cuatro agresiones verbales o físicas a agentes de la Movilidad en pocas semanas. Esta ha sido la denuncia que realizó ayer el alcalde de Donostia públicamente. Cuatro agresiones, tres de ellas a mujeres. Parece que no gusta que nos digan que conducimos mal, aparcamos en lugares prohibidos o no respetamos las señales, y menos si esa voz autorizada pertenece a una mujer. El dato es preocupante. En uno de los casos se ha activado los protocolos por tener visos de agresión machista. Es fácil envalentonarse, lo difícil es respetar a quien nos corrige o nos sanciona, aceptar la crítica es una asignatura pendiente. Cualquiera que bucee por las redes sabe que puede pasar el día viendo un vídeo tras otro de agresiones totalmente gratuitas y, aún peor, jaleadas por los testigos de los golpes o insultos y viralizadas con comentarios que abundan en la justificación de la violencia. Sin tiempo para pestañear. Droga dura. Pueden parecer lejanas, ajenas a nuestras calles, pero la realidad es que esas actitudes se replican aquí y allí. Quejas que acaban en insultos, sanciones que desembocan en empujones, llamadas de atención que culminan en denuncias. Quiero pensar, como defiende Daniel Innerarity, que en realidad, aunque cada vez nos odiamos más, ese odio no conduce a la pura violencia como ocurre en otros lugares.
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