La pandemia del covid, que ahora cumple cinco años, y más concretamente el confinamiento, nos enseñó a todos la importancia de vivir en una casa con balcón, no digamos ya con jardín, que queda al alcance de muy pocos y cada vez de menos, visto lo que contamos hoy en las páginas 6 y 7 para quien lee esto en papel, en el click de al lado para quien lo lee en Internet. No hemos aprendido mucho porque se construyen pisos sin su buen balcón, pero sobre todo porque se siguen construyendo los bloques como si estuviéramos enfadados con los demás antes siquiera de conocerlos: una fila de puertas mirando a un lado de la fachada y la otra al lado opuesto, viviendo de espaldas unos de otros y sin un espacio compartido para encontrarse que vaya más allá de charlar sujetando la puerta del ascensor y dificultando que otros lo usen. Dicen que uno sabe si es pobre si tiene colocado el sofá pegado a la pared y guarda las sartenes en el armario una encima de otra porque no le entran de otra forma, pero hoy también sabemos que somos pobres si vivimos en un bloque colmena sin un solo espacio común para la vecindad, que es eso que ya poco se practica. Ahora que va bajando el euríbor (pág. 36 o click de al lado) deberíamos subir nuestra exigencia por los espacios comunes de un bloque de viviendas –que deberían ser obligatorios– y confraternizar con los vecinos. Esos con quienes tantas ganas teníamos de estar en la pandemia.
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