Ees difícil imaginarlo ahora, pero a principios de los setenta nuestros ríos eran el desagüe por el que las industrias evacuaban directamente sus residuos sin tratar. Recuerdo viajar por la N-1, que en aquellos años todavía en muchos tramos discurría por el centro de los pueblos, y ver el Oria coloreado con abundancia de tonos naranja y añil, adornado con montañas de espuma por aquí y por allá. Aquella suciedad formaba parte del paisaje y como a todo se acostumbra uno, se asumía que era el peaje para obtener riqueza de la economía industrial. Pero el ecologismo demostró que eso no era cierto y poco a poco se abrió paso la conciencia medioambiental con leyes e infraestructuras que transformaron la actividad, hasta convertir el compromiso verde de las empresas en un valor añadido. Hoy, el reto es el cambio climático, que pasa por abandonar la economía del combustible fósil y desarrollar energías renovables. Pero es una transformación en la que vamos rezagados. Según datos del Gobierno Vasco, nuestro autoabastecimiento en energías limpias es apenas del 8,7%, muy por debajo del 41,8% de la media europea y del 28,2% de la estatal. Además, las infraestructuras que precisa este cambio no solo generan rechazo en partes de la población. Hemos visto esta semana que desde las propias instituciones se impone el conservacionismo. Un salto gigante que en 50 años ha recorrido la distancia entre llenar de mierda los ríos a parar el mundo ante el vuelo del alimoche.