Los cardenales están a punto de encerrarse en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor del papa. La última homilía del camarlengo, el purpurado responsable de organizar la elección, sacude a sus eminencias reverendísimas. Votación tras votación, fumata negra tras fumata negra, la Iglesia sigue dividida. Incluso se pierde en intrigas palaciegas que nadie creería propias de los reinos celestiales. “Servimos a unos ideales, pero no somos ideales”, pone el guion en boca de uno de los personajes de la recién estrenada película de Edward Berger. Un cónclave que, más allá de la caricatura y el thriller, conecta con la paradoja de la tolerancia que el filósofo Karl Popper alumbró en 1945. Cuando el mundo descubrió el campo de exterminio de Auschwitz. Cuanta mayor es la tolerancia en una sociedad, más opciones de que tolere incluso la intolerancia que la aniquilará. De dar oxígeno a aquello que lo quitará. Todos vivimos en un cónclave en el que buscamos certezas. Simplificar las cosas. Sin dudas. Márgenes cada vez más estrechos. Fuera de ellos, no hay nada. El camarlengo Lawrence, antes del extra omnes que cierra el portón de la Capilla Sixtina, sacude con su homilía: “La certeza es el gran enemigo de la tolerancia”. La frase suena revolucionaria. Y no solo dentro del Vaticano.