no me veréis hacer bailes en TikTok. No tengo nada en contra, que conste, pero como decían en Barrio, de Fernando León de Aranoa, me falta alguna vértebra lumbar imprescindible para dicha actividad. De hecho, cada vez que cojo un hula hoop, este cae a plomo y en vertical por fuerza de la gravedad sin llegar a dar ninguna vuelta. Donde sí me encontraréis es en BlueSky, que es una red social prácticamente igual que Twitter y fundada, además, por su creador. Pero no, no me voy de la red que antes tenía como logo un pajarito y que ahora se identifica con el signo con el que los piratas señalan sus tesoros escondidos. Y bueno, ya sabemos quiénes son los bandidos y cuál es el botín, pero creo que el momento del cisma aún no ha llegado. Y aunque soy mucho de decir que en esta vida hay que quemar contenedores, nunca he hecho nada que se le parezca. Aún así, lo de la revolución digital lo llevo mal, sobre todo porque, pese a todos los males que trae Elon Musk, no hay que dar un paso atrás, a menos que sea para prenderle fuego al chaparral y que quede en desuso. Hay que estar en BlueSky pero también en Twitter. No he tardado catorce años en conseguir 1.400 seguidores para renunciar a ellos ahora. ¡Faltaría más! Y si lo hago, ¿cómo voy a conseguir ser viral? Aunque, a razón de 93 usuarios nuevos por año, más me valdría saber bailar.