En el parqué bursátil de la guerra vuelve a cotizar al alza la suerte de Ucrania, solapada en los últimos meses por el irresoluble conflicto palestino-israelí. El protagonismo de un frente lo es en detrimento del otro y ahora les toca a los palestinos ser segundo plato del foco mediático pese a que la eficacia en la fabricación de cadáveres de la industria bélica de Netanyahu sigue a buen ritmo. Volvemos a posar la mirada en el este europeo, que parece calentarse como efecto secundario de las elecciones estadounidenses, lo cual no sabemos si nos acerca a la mesa de diálogo o a una escalada bélica a lomos de misiles de largo alcance y de última generación, aderezado con la amenaza latente del poder nuclear ruso. Desde nuestra posición geográfica respecto de este conflicto queremos creer que todo continuará en los terribles márgenes en los que se ha movido el enfrentamiento desde que Putin ordenó la invasión de Ucrania. Pero quién puede estar seguro de que lo que nos viene no es un salto de consecuencias impredecibles. Por si acaso, los países escandinavos, que viven cerca del lío, podrían ser el canario en la mina, esa señal que alerta de que algo no va bien. Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia han distribuido entre su población guías con instrucciones para protegerse ante un hipotético escenario de guerra. Las medidas van desde almacenar agua embotellada hasta alimentos no perecederos, proveerse de kits de primeros auxilios, pilas, radios o cerillas, consejos para la evacuación y autoprotección o hacer acopio de pastillas de yoduro de potasio. No se menciona a Rusia, pero se sobreentiende.