Leía recientemente que en algunos lugares de este extraño mundo en el que vivimos hay bibliotecas en las que en vez de un libro se puede pedir prestada una persona para escuchar su historia durante 30 minutos. El objetivo de esta iniciativa, al parecer, es luchar contra los prejuicios. Cada persona se presenta con una etiqueta que al escuchar su vida te hace pensar “que no se puede juzgar un libro por su portada”. El proyecto se llama la Biblioteca Humana y, según leo, está presente en más de medio centenar de países. Creo que le voy a tener que dar un par de vueltas porque no sé yo. Planteo mis dudas, ¿no es mejor, más humano y más cercano, que en vez de pedir prestadas personas para escuchar sus vidas nos acerquemos a esas personas en nuestro día a día superando cualquier etiqueta? Quizá sea una iniciativa efectiva, pero se me asemeja algo impostada. No sé con qué ánimo vas a la biblioteca. “Hoy quiero escuchar a una persona migrante que vive en la calle y, si eso, mañana me pido una persona con trastorno bipolar”. No lo sé. Aunque, por otra parte, todo lo que sea escuchar, escapar de las clasificaciones que tan peligrosas resultan puede ser bueno. Pese a todo, repito, quizá lanzar una mirada a nuestro entorno y escuchar a quienes se nos cruzan en la vida sea mejor.