Por culpa de los móviles, nuestra atención va siendo cada vez más débil y nuestra necesidad de estímulos inmediatos más grande. De hecho, ya nos cuesta leer hasta un texto corto, como puede ser este artículo. ¿Cuántas personas echarán un vistazo a su teléfono en medio de la lectura de unas 200 palabras? Muchas, aunque cueste reconocerlo. Si no somos capaces de mantener la concentración dos minutos, cuando antes de los vídeos cortos de un minuto no nos costaba, es evidente que algo va mal. Por ello, se habla mucho de la desconexión digital, para dejar a nuestro cerebro respirar. Ahora que he tenido unos días libres he tratado de dejar al margen el móvil lo máximo posible. Por desgracia, a pesar de que antes no existía esa necesidad, el estar siempre conectado al mundo y a la gente que te rodea te hace sentirte menos solo. Estar horas solo contigo mismo es muy interesante, aunque por ello nos enfrentemos a una soledad deseada. El móvil nos da una sensación de estar acompañados durante todo momento y nos entretiene para que no pensemos en nuestros problemas. Es casi como un amigo de bolsillo, uno que no nos juzga ni nos decepciona nunca, que siempre está ahí para cuando lo necesitas. Pero sigue siendo un aparato sin alma que nos distrae de lo importante.