Desde este viernes, ver Netflix en una tele 4K cuesta 240 euros al año: 20 euros al mes menos un céntimo (un detalle). Si deseas contratar la opción más barata bajando la calidad de imagen a HD y sin que te interrumpan lo que ves con anuncios, que es de lo que se trataba, hay que apoquinar 168 euros al año, 14 euros al mes menos un céntimo (otro detalle). De golpe y porrazo (el que nos llevamos) los planes de contratación han aumentado de un día para otro hasta el 27%. Precisamente el que más sube es el que más incentivan, ese que pagas por ver anuncios para experimentar en todo su esplendor la experiencia de la tele gratuita de toda la vida pero en una plataforma de pago que se va poniendo exquisita más con los precios que con los contenidos. Cuando empezó la burbuja del streaming –y cayó tantísimo el pirateo– todos nos creímos un poquito ricos porque por una cantidad asequible podíamos acceder a un mundo audiovisual inalcanzable hasta entonces y quien no podía pagarlo era invitado a compartir cuenta y gastos. Todo era buen rollo, lo que llevó a más de uno a contratar varias plataformas a la vez, que ha habido que ir dejando como quien deja el tabaco. Ahora que nos tienen cogidos por los streamings, el precio no deja de subir, las cuentas no se pueden compartir y el 4K no ha llegado a todos los planes ni se le espera pese a que las teles de hoy son ya 8K. Cualquier día la modalidad más barata nos la ponen en blanco y negro.
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