Ya estábamos avisadas y ayer nos visitó Kirk, un huracán venido a menos que se transformó en borrasca y que esperemos que hoy coja sus maletas y se marche muy lejos, donde no incordie. En estas lides en las que no nos sorprenden la lluvia y el viento, pese a todo, Kirk se hizo notar. Pasear por una ciudad después de que la sacuda una borrasca tiene mucho de apocalíptico. La gente se protege en sus casas y en las calles las ramas caídas o los contenedores de residuos desplazados dan una imagen un tanto bélica, como de zona abandonada por los combatientes. Genera una tristeza extraña, sin explicación, con mucho de melancolía, de añoranza de momentos mejores. Ayer Kirk dejó también enfado, el de los cientos de personas que en Loiu esperaban a tomar un avión y no lo pudieron hacer. Es ese también un escenario que causa inquietud, como de peli de miedo. En un aeropuerto sin poder volar a tu destino y con unas cafeterías en las que los bocatas de jamón cuestan igual que un perfume de lujo en las tiendas libres de impuestos. Ayer el viento se llevó un día de otoño, vació las plazas, dejó sin risas los columpios. En fin Kirk, que te pires de una vez y si te encuentras en tu viaje con algún colega, dile que aquí no es bienvenido.
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