El otro día mandé a un montón de gente y varios grupos de wasap un tuit que ni siquiera había leído en el que venía a decir algo así como que hay dos tipos de personas, a las que se les ha muerto alguien importante y a las que no. Días antes, aunque a una audiencia más reducida, ya les había mandado otro mensaje más difícil de descifrar: “fj29dadf fds”. La primera vez no me cosqué a tiempo, la segunda sí. Vi al móvil entrar en Twitter, seleccionar un tuit de alguien a quien ni sigo, abrir la agenda de contactos y mandárselo a mogollón de peña. Todo en un segundo o menos. Mi móvil sigue los pasos de otro que tuve, de la misma marca, al que pillé varias veces llamando muy ordenadamente a toda la gente de mi agenda, lo que me llevó a poner un montón de nombres y teléfonos inexistentes en la A. El antivirus vuelve a decir que todo está bien y el doctor Google ha diagnosticado el mal de la pantalla loca, en el que el móvil sufre pulsaciones fantasma que le llevan a meterse en conversaciones ajenas o montar las suyas propias. He probado con todas las recetas que dan los tutoriales (algunas lógicas y otras tan locas como la aparente enfermedad) y hasta me he descargado una colorida aplicación que, hasta ahora, solo sirve para agotar la batería del cacharro, que quizás sea la única forma de parar esto. Esa y comprar otro móvil, que es lo que me temo que buscan con todas estas mierdas que antes, con peores móviles, no pasaban.